Hace algunos días noté que ya era tiempo de entrar a la casa unas plantas que tenía en la terraza. Todas lucían bien aún, sobrevivientes de las noches frías; excepto una. En una jardinera que guinda, una planta anual estaba muy delicada y alicaída. Parecía agonizar en su lucha por vivir, a pesar de que su propia genética dictaba una muerte pronta y segura. Comprendo que es ridículo, pero se me aguaron los ojos.
Regué la mata como una desquiciada y la entré a la casa con prisa en un último intento de salvarla. Limpié su tiesto de telarañas y hojas secas, así como hacen las enfermeras cuando le ponen sábanas limpias a un paciente terminal. La planta hacía un esfuerzo heroico y vano. A decir verdad, contemplé una proyección diminuta y casi imperceptible de la verdad acerca de lo que es la vida: un conjunto de júbilos por vivir cada instante, cada segundo robado antes del fin.
“Qué insistente es la vida, qué maravillosamente peleona”, leí hace poco. Una amiga, Bibiana, nos ha mandado ayer a un grupo una foto por text de la ecografía de su hijo/hija en su vientre. La foto no logra captar que la vida allí libra una fiera lucha. Cada división de esas células es un milagro deslumbrante. Mientras el resto de nosotros duerme, come y se ducha, esa vida sigue tenaz, concentrada en su proeza de existir, despreocupada de todo lo trivial que acontece.
Me asombro de pensar en lo que ya damos por sentado: todos somos un milagro, unos campeones de la batalla atroz contra las circunstancias. Para estar vivos y saludables tuvimos que ser victoriosos ante un sinnúmero de obstáculos y contratiempos. Después de haber parido dos criaturas, y entender a carne viva cómo a cada paso todo pudo haber caído en un revés, me deslumbra que cada uno de nosotros no sienta que se sacó la lotería. Somos el producto feliz de una extensa y descomunal cadena de éxitos.
Al mismo tiempo que la vida se expresa en el vientre de Bibiana, el padre de la esposa de mi papá vive la suya al máximo. Una caída y una operación de cadera a los 93 años no es cáscara de coco. Menos para un hombre con un corazón que opera al 40%. Pero en Don Gerardo, la vida se impone, remata contra todo lo que venga, y gana el pulso con un golpe sonoro sobre la mesa, y sin despeinarse.
Reconozcamos que la vida es una buena noticia, siempre y cuando queramos seguir viviendo. Digo esto porque puedo entender cómo, para algunos y a su tiempo, la vida propia puede haber terminado, pero la vida natural insiste con intransigencia. Cuando se llega a ese punto, cuando ya no se disfruta la vida y no se pueden aceptar las circunstancias, pienso que es mejor acelerar su bruto desenlace. Es por esto que creo en la eutanasia.
Hace años tomé un curso interesantísimo de fisiología de plantas. En la primera clase, la profesora hizo una pregunta sencilla: ¿qué es la vida? Es curioso que muchas veces se defina la vida por lo que no es, o por lo que hace. Por ejemplo, se dice que es la condición que distingue a los animales y a las plantas de lo inorgánico. O se dice que es la capacidad de existir y llevar a cabo procesos como el crecimiento y la reproducción. De una clase de ocho personas, la profesora sólo encontró respuesta en la estudiante más callada y discreta. “Lo que nosotros queramos”, respondió ella.
Lista de imágenes de la fotógrafa Stacy Svanikier:
1. Nature, 2014.
2. Beautiful Places, 2014.
3. Many Tree, 2014.