La lengua erótica de Toledo

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Yo acostumbraba recordar mis sueños. Era común levantar de la cama exaltada y querer prolongar esa maravillosa efervescencia que nos hace sentir hechizados. Hace varios años, sin embargo, dejé de soñar. Cosa que, si le fuera a preguntar a un experto, posiblemente indique una férrea represión del inconsciente.

En mi oficina hay soñadores que, por desgracia, también comparten. Hace tres semanas Ashley tuvo un sueño erótico. Me dijo que fue alucinante. Que se despertó de madrugada, empapada de sudor y otras humedades, con la sensación de tener a Toledo todavía respirando agitado entre sus brazos.

Por todos los santos, a Toledo. Para cualquier mujer con el casco en su sitio, Toledo pasa por invisible como hombre. Han sido compañeros de trabajo por 20 años. Toledo tiene 63 años, se tira el poco pelo que tiene hacia un lado tipo lambe vaca, tiene una barriga picuda y protuberante, y una voz aguda que no pega con su físico. Camina un poco inclinado, como si la barriga le pesara más de un lado que de otro. Usa esos zapatos bien cómodos pero bien feos que la gente se compra cuando les deja de importar su apariencia. Pero lo más característico de Toledo es que todas sus camisas son blancas, casi transparentes del uso, y tienen una mancha amarilla en el sobaco, resultado del consomé de sudor y desodorante.

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A veces es un fastidio ser supervisora, pues hay quienes lo usan a uno para consultas gratuitas de sicología casera. Pero el sueño de Ashley me puso a prueba, movió el litoral de mi experiencia e hizo que sintiera necesario actuar con urgencia, antes de que alguien hiciera algo indebido bajo mi guardia. Ahora debía yo encargarme de que nadie se fuera a encontrar a Ashley y a Toledo apiñados en un baño o desplegados como en las películas, sobre la mesa de algún salón de conferencia.

Ashley tiene 45 años. Es una mujer rubia y atractiva, de esas que llaman la atención en la calle. Es mormona, pero en su sueño Toledo bebía ron en las rocas y luego se acercaba y la besaba. Su lengua estaba fría y sabía a ron. Todo esto según Ashley, por supuesto. Imagínense el reflejo de mi cara en la pantalla de mi computadora cuando Ashley me dijo muy seria que la lengua de Toledo era deliciosa y perfumada, que nunca en su vida había probado una lengua así. Según ella, en el sueño no sucedía nada más, pero era suficiente. Aquel beso era un acontecimiento. Un terremoto que la agarró por las caderas y la tiró como un tirachinas tira una piedra, a orbitar la tierra del nunca jamás.

Nuestras vidas son en su mayor parte una mezcla de rutina apagada y asombros desapacibles —pero, de vez en cuando, ocurre algo imprevisto que hace que la vida tenga sentido. Por tres semanas, la lengua de Toledo fue eso para Ashley. A veces mandona y malhumorada, se volvió simpatiquísima, un pan dulce, todo por superpoblar a Toledo con su sensualidad. En sus flirteos se posicionaba cerca de la puerta para que al pasar, la espalda peluda de Toledo rozara sus pezones. En las reuniones de proyecto, ella lo miraba de ladito, como quien no quiere la cosa, y sus pestañas se avispaban como mariposas.

Ashley pasaba con frecuencia por mi oficina para contarme. Y la verdad es que por esas tres semanas me volví adicta a sus visitas. Esto estaba mejor que una telenovela brasileña. Me contó que cuando se cruzó con Toledo de camino a una reunión, su estómago dio un brinco y toda su sangre descendió a su bajo vientre. Yo misma, cuando primero me crucé con Toledo en el pasillo, lo miré con curiosidad. De repente pensé que era yo quien no le veía el atractivo.

El pasado viernes la situación llegó a su límite. Ashley invitó a Toledo a tomar una copa en su apartamento con la excusa de terminar de hablar sobre unas propuestas que revisaban juntos. Como Ashley me dijo después, “ambos sabíamos a lo que íbamos”.

Ayer lunes Ashley entró a mi oficina con ojos de pez sacado del agua. Me contó que al principio todo fue bien. Vivió con arrebato la desbordante excitación del coqueteo. Luego se acercaron y ella le abrió los labios con sus labios. Fue un desastre. Aunque Ashley había tenido la precaución de comprar un buen ron, la lengua de Toledo no sabía a ron como en su sueño. No estaba fría ni era juguetona. Era una lengua torpe, lánguida y babosa. La típica lengua de oficina, por decirlo de alguna manera. Y el resto, porque hubo resto, fue pues, una catástrofe. Ashley no quería recordarlo.

Regresé a casa tarde del trabajo. Estaba muy cansada y quedé dormida temprano frente a la televisión. Cuando desperté para mudarme a la cama, sentí esa sensación magnífica de estar flotando sobre una huella. Estaba soñando. Por fin, después de tantos años. No recuerdo mi sueño, pero no importa. Me basta con saber que la rutina y el paso del tiempo no me han habituado en la más terrible de las insensibilidades. Todo se trata, me dijo una vez alguien, de no emitir palabras y actos vacíos. Sigo viva, no soy un zombi, todavía queda en mi la ilusión y el deseo de conquistar algo o a alguien, aunque a grandes proporciones me esté muriendo de a poquito.

De modo que Ashley ahora trabaja desde la casa. Mientras tanto, yo sigo viniendo a la oficina. Todos los días a la misma hora y por el mismo canal. Apenas hace un ratito terminé una reunión con Toledo. Esta mañana pidió reunirse conmigo en privado. Para prepararme, me la pasé repasando la política de la empresa en materia de hostigamiento, no fuera a ser que Toledo tenía planes de acusarme de consentimiento.

Toledo se sentó y comenzó a decirme que está viejo, que está más existencialista que nunca. Me dijo, “quiero hacer otras cosas con mi vida, tratar de vivir lo más que pueda”. Sus ojos estaban desentendidos en el ambiente de oficina. Su rostro no asomaba ningún anuncio de reproche hacia Ashley, ni intención de corregir algo.

Comprendí que era un hombre sensible. Invisible como hombre para mí, pero sensible. Por fin me informó que quería retirarse. Sentí un gran alivio y me entró una euforia. Toledo regresaba a la vida y comenzaba a soñar de nuevo. Hablamos sobre los requerimientos y para mi sorpresa, Toledo había traído los papeles listos para firmar. Los firmé de inmediato, pensando en Ashley que de seguro regresaría pronto y volvería a ser la malhumorada mandona de siempre.

Lista de imágenes:

1. Pablo Picasso, El beso, 1969.
2. Pablo Picasso, Auto retrato, 1901.
3. Pablo Picasso, Mujer reclinada leyendo, 1939.
4. Pablo Picasso, Cabezas grandes, 1969.

 

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