La historia no nos absolverá

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Siempre me he preguntado cómo llega uno a convertirse en un corrupto. Con el miedo que nos da a todos el FBI y Hacienda, no sé cómo hay gente que se atreve a crear empresas fantasmas, falsificar cheques y facturas, o mandarle a dar una paliza a alguien. No creo que la gente aprende de la noche a la mañana a robarse millones de dólares del pueblo para uso y disfrute personal. De modo que desde mucho antes se viene labrando el rol de delincuente. Todo comienza en pequeño: un favorcito indebido por aquí, ¡ay bendito!; un regalito ilícito por acá; hasta que aceptan las vacaciones pagas en un balneario en el Mediterráneo. 

A muchos nos trastorna la corrupción, la delincuencia y la crisis económica que se vive en carne propia en nuestros países. Sabemos que existe un desgaste grave de la fibra social. Sin embargo, creamos ficciones, desfiguramos la verdad con adornos innecesarios al punto que me he puesto a pensar si es cierto que queremos un mejor futuro.

Los comportamientos a los que estamos acostumbrados son resultado de una sensación de impunidad, del egocentrismo, de una dimensión ancha y borrosa del mundo en donde hemos establecido leyes inconfesables, otorgado premios y castigos, creado paraísos, removido infiernos. Todo con el propósito camuflado de crear nuevas versiones de la verdad para acomodar nuestros prejuicios y alinearnos con lo que ahora consideramos correcto.

Sé que todos tenemos maneras de disfrazarnos ante nosotros mismos. Todos, a diferentes niveles, buscamos excusas, deudas morales y explicaciones de todo tipo, para justificarnos. Nunca somos nosotros el sinvergüenza. Pero llegar a este punto en el que nos encontramos se me hace difícil de creer. Es como si la bestia que nos habita asomara poco a poco sus garras. Se nos comienza a ver la costura, si es de eso que estamos hechos. Y lo que es peor en materia ética, nos comienzan a salir callos. Pocas barbaridades nos sorprenden y casi todo nos resbala.   

Uno no debe sentirse más limpio tan solo porque, al volverse de espaldas, la sangre de la carnicería nos salpica menos. Los problemas abundan de tal manera que no tenemos ni bastante memoria ni suficientes reservas de indignación. Muchos son los indicadores de esta insumisión colectiva: la falta de respeto, la ignorancia monstruosa con que se desdeñan las normas cívicas, como si las leyes estuvieran hechas para los demás, nunca para nosotros, que somos tan listos. 

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Parte del problema es que la memoria es perezosa y además, anda sobrecargada. Lo que nos parece importantísimo un día, se nos borra al otro día para ser remplazado con algo que de repente nos parece también… importantísimo. En algún momento en el pasado cercano fue importante Siria, el virus del H1N1, el control de las armas de fuego en las escuelas. ¿Qué pasó con todo eso? ¿Se resolvieron los problemas? Si bien es cierto que tenemos poco tiempo y espacio mental para las cosas que nos agradan, es muy poco lo que nos queda para el resto. Como resultado, no le damos seguimiento de fondo a los asuntos. Si alguien nos pregunta, nos inventamos detalles para no quedar mal. O sea, archivamos los asuntos que pensamos no nos afectan como si estuviesen en vías de resolución, por otros, por supuesto, por los responsables, claro está.

¿Qué será lo que nos pasa como sociedad, que creemos que la historia nos absolverá de lo que es nuestra responsabilidad? ¿Creemos que los problemas se van a resolver solos? 

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Ya alguien dijo que la historia es la ficción que inventamos para crear un diálogo que ponga orden y dirección a lo sucedido. A veces esa ficción la creamos nosotros mismos. Pero a veces también nos la facilitan. Winston Churchill, por ejemplo, no tuvo pelos en la lengua cuando dijo: “History will be kind to me for I intend to write it”. Pero mi ejemplo favorito es Fidel Castro, un verdadero líder, quien pudo ver que la gente necesita de la continuidad para sentir que sus vidas tienen relación a los hechos, ¡aunque estos sean fabricados! Por eso, después de haber declarado “La historia me absolverá” en su propia defensa en 1953, ante el juicio en su contra por los asaltos a los cuarteles Moncada, se dedicó a manufacturar una versión del pasado que justificara y absolviera el nuevo orden. Fidel le inyectó significado a la ficción para que el resultado se sintiera inevitable. Logró que la corrupción y la delincuencia tuvieran un significado aún más simbólico que lo real. Genial, realmente genial.

Pienso que la historia no nos absolverá. Es difícil, pero hay que disolver el óxido de la memoria. No dejar que aquellos que ponen sus intereses personales sobre el bien común escriban y confeccionen nuestra historia. Hay que premiar a los más aptos, no a los más mediocres. Involucrarnos en iniciativas que apoyen nuestros valores. Implementar los mecanismos para una democracia efectiva, un verdadero gobierno de la mayoría, donde los políticos sean empleados que deben rendir cuentas a la gente, no a los grupos de interés a que nadie eligió para un puesto de confianza. 

Actuemos hoy de manera ética para que no tengamos que recurrir a reescribir la historia. De otra manera, la historia se nos volverá una pesadilla de la que queremos despertar.