La música clásica en Puerto Rico: ¿oferta y demanda?

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En todos los países surgen seres excepcionales en todos los campos y, en las artes, Puerto Rico no ha sido la excepción. Sin embargo, con la música clásica asistimos a un fenómeno muy particular a nuestra comunidad. La presencia de ciertas figuras sobresalientes crea una conformidad que se expresa en la complacencia de haberlas producido y nada más allá. La necesidad de estructuras que permitan que estos talentos florezcan de forma menos esporádica nos es ajena. 

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Como en otros campos sujetos al subsidio gubernamental, no suele planificarse a largo plazo y se busca impresionar de inmediato con grandes inauguraciones, a menudo con presupuestos no recurrentes, pero con poca consciencia de continuidad y expansión del arte musical puro de la Isla. Más bien se crea una especie de simulacro de innovación en el que cada cambio de gobierno deshace el proyecto anterior para reinventar la rueda con otro nombre para el caballo y su nuevo jinete.

A mediados del siglo pasado, y debido a la llegada a Puerto Rico del singular violonchelista catalán Pablo Casals, se fundaron la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, el Festival Casals y el Conservatorio de Música de Puerto Rico gracias a la iniciativa del gobernador Luis Muñoz Marín y el apoyo incondicional de figuras defensoras de las artes, tales como el entonces presidente de la Cámara de Representantes, Ernesto Ramos Antonini, a quien se debe además la creación de las Escuelas Libres de Música, así como al abogado y autor Gilberto Concepción de Gracia. Destacados jóvenes artistas y conocidas familias de músicos recibieron becas y ayudas gubernamentales en aquella aurora cultural, entre quienes debo mencionar a mi madre, la soprano puertorriqueña Ruth Díaz, quien obtuvo la beca Antonio Paoli para cursar estudios de canto en Milán. Allí conocería al cantante de quien llevo nombre y apellido.

En Puerto Rico se han establecido, desde entonces, numerosas escuelas de música, bandas estudiantiles y centros de enseñanza musical privados, además de un conservatorio y universidades que no cesan de producir egresados ansiosos de manifestar el fruto de su talento y años de formación. Sin embargo, sólo tenemos una organización estable dedicada a la música clásica a tiempo completo. La Orquesta Sinfónica de Puerto Rico cumple esta función dentro de su comunidad inmediata, con resultados a menudo encomiables, dadas las dificultades que conocemos. Pero, esta institución, por necesidad, representa un pequeño número de plazas, prácticamente vitalicias, cuya capacidad de generar empleo y desarrollo a nuevos músicos palidece ante el abrumador flujo de estudiantes y postgraduados de todos los instrumentos. Formamos músicos ejecutantes —muchos de gran talento— sin más opción que la de dedicarse a la enseñanza, formando a su vez más músicos que quisieran tocar y sólo logran perpetuar el triste ciclo de aspiraciones incumplidas.

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En modo alguno desprecio a los profesionales cuya vocación primaria es la enseñanza. Sin ellos no habría nada en nuestro mundo musical. Pero, su propia viabilidad también se ve amenazada ante la saturación de personas forzadas a competir con ellos cuando su propósito fundamental era otro.

 

Propongo la creación de orquestas sinfónicas profesionales en varias ciudades de la isla como proyectos importantes, serios y sostenibles. El contacto con esta manifestación básica de la civilización occidental es la única manera de crear el ambiente necesario para pretender estudiar música y vivir de ella en Puerto Rico, una quimera absoluta para la mayoría de los aspirantes actuales.

La integración de la música clásica, desde temprana edad, en la vida de todo estudiante de la Isla se facilitaría grandemente si los escolares del país tuvieran acceso frecuente a conciertos sinfónicos y de cámara en su localidad, habituándose al sonido en vivo de las obras de Mozart, Bach, Beethoven o Wagner, sin la necesidad de “simplificarlas” o tratarlas con la indiferencia de otro aburrido tema de “cultura general”. La presencia de una orquesta local, con una verdadera temporada de conciertos variados y la posibilidad de colaborar con artistas invitados y solistas locales tiene además una importante función social en toda la comunidad. Estimula el interés por “saber más”, algo que necesitamos en todos los campos, y genera, además, una sana competitividad entre municipios y asociaciones de apoyo. Aunque no parezca tan obvio, una orquesta capaz de interpretar aceptablemente el repertorio básico y colaborar con invitados –incluso de la música popular– es también una entidad generatriz de empleos indirectos en su región: restaurantes, publicidad, turismo local y otros servicios.

 

Debo mencionar, asimismo, un aspecto dentro de este tema, difícil pero urgente para alguien que ha vivido toda su existencia en la presencia de la música como algo vital y cotidiano. Tanto como rechazo las opiniones infundadas, ignorantes y simplonas de que la música clásica es cosa de élites y de pretenciosos, entiendo que –a pesar de las buenas intenciones de los que así se expresan— la música clásica no es un mero tranquilizante para reprimir los efectos de los malos ambientes o las malas compañías en la juventud, aunque toda actividad artística suele ser de valor en esta función. Esta visión del arte como “controlador del vicio”, junto a la ignorancia imperante de las manifestaciones culturales básicas, la expone a manipulaciones inescrupulosas por parte de quienes buscan ventajas amparados por el desinterés de la masa. De esto serían víctimas los mejores representantes de estos campos, aislados del reconocimiento público, y el pueblo que no conocerá sus talentos.

Es necesario presentar y valorar las artes, ciencias y humanidades principalmente por lo que son: imprescindibles en la formación, carácter y manera de pensar de todo individuo civilizado o pueblo con esperanza de progreso. En una sociedad que recompensa, protege y glorifica la mediocridad como segura y aceptable, buscando para todo el camino más fácil o más imbécil por miedo a perder clientes, debemos darnos cuenta del gran daño al que sometemos a nuestra gente, condenándola a vivir en desventaja frente a otras comunidades, donde apoyar —y exigir— la excelencia no es una amenaza y donde no aceptan ni recompensan el mínimo esfuerzo.

Lista de imágenes:

1. Franz Falckenhaus, "Mind Bubbles", 2011.
2. Franz Falckenhaus, "Equestrian", 2012.
3. Franz Falckenhaus, "Vicious Circle", 2012.

* Para la obra de Franz Falckenhaus vaya aquí.