Belleza, divino tesoro...

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Hace tiempo que me pregunto cuándo fue que la belleza dejó de ser tema obligado —o más bien, se convirtió en tema “ignorado”— de manera consciente e intencional, al tratar de explicar las obras de arte. Como arquitecto de profesión y fotógrafo por voluntad, la belleza nunca ha sido cuestionada, ni mucho menos descartada de mi proceso creativo, pero sospecho que formo parte de una mayoría silente que justifica su trabajo sin tener que conspicuamente incluir dicho tema. Un amigo artista que abandonó sus estudios de arquitectura me dijo una vez, en tono sarcástico pero en broma, “la diferencia entre ustedes y yo es que yo no tengo que explicar lo que hago”.

En la fotografía, el tema de la belleza ha sido todavía más neurálgico que en otras actividades que forman parte, o al menos rozan, el mundo del arte, por la frecuente división con que algunos escritores insisten en dividirla en dos categorías: la “documental” y la “artística”. Bajo estas categorías, presumimos que la primera no tiene que necesariamente exhibir características estéticas (aunque puede hacerlo, y con frecuencia lo hace), pero, sin embargo, la segunda queda frecuentemente a la deriva por haber perdido un ancla común, y se agarra de lo que pueda.

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Dingeman Kuilman, diseñador holandés y miembro del panel de la selección de la capital europea para la celebración de los eventos de promoción cultural de la comunidad europea, menciona en su reciente artículo “Custodios de la Belleza” que en los concursos de arte y diseño nunca se menciona el aspecto estético como parte de los parámetros de evaluación. Es normal incluir entre ellos la “originalidad”, el “dominio de la técnica” y el “mérito artístico” (¿qué quiere decir este último?). Kuilman nos dice: “…la belleza se ha convertido en una fuente de incomodidad para la mayoría de los profesionales del diseño. Es como si no se atrevieran a mencionar en alto tal palabra, a pesar de que reconocen y sienten que ella es algo fundamental”.

El título de dicho artículo nació de una convocatoria que realizara el Papa Benedicto XVI el 21 de noviembre de 2009 en la Capilla Sixtina y a la que asistieron artistas de diferentes campos entre ellos Andrea Bocelli, Zaha Hadid y Cees Nooteboom. Cuando el Papa se colocó frente al grupo, se levantó y dijo: “El mundo en el cual vivimos se corre el riesgo de ser alterado drásticamente debido a las insensatas acciones humanas que, en vez de cultivar su belleza, explotan inescrupulosamente sus recursos para la ventaja de unos pocos, frecuentemente desfigurando las maravillas de la naturaleza. ¿Qué es capaz de restaurar el entusiasmo y la confianza... qué puede estimular al espíritu humano a redescubrir su senda, a levantar sus ojos hacia el horizonte, a soñar una vida digna de su vocación —sino la belleza?... Ustedes son los custodios de la belleza: gracias a su talento poseen la oportunidad de hablarle directamente al corazón de la humanidad... y a expandir los horizontes del conocimiento y del compromiso humanístico”.   

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Tal parece que el ex-Papa estaba bien sintonizado, pues hace ya algún tiempo que nos llega la buena noticia de que aparentemente la belleza está en pleno “comeback”. Desconozco si el libro de Umberto Eco “La Historia e la Belleza” tuvo algo que ver con ello, pero ciertamente abrió un espacio importante para el tan abandonado tema. Tampoco han sido pocos los pensadores que lo han retomado como baluarte para una reevaluación de movimientos artísticos que todavía hoy resultan ser muy exclusivistas. La noción de que el arte contemporáneo debe apelar más al cuestionamiento intelectual que a la emoción instintiva repela a un gran sector de la sociedad sin que verdaderamente exista una razón válida para ella.

El crítico de fotografía A. D. Coleman ha llamado la atención al hecho de que el llamado “pictorialismo” impulsado por fotógrafos y escritores de principios del siglo XX, tales como Afred Stieglitz y Sadakichi Hartmann, y menospreciado y sustituido luego por un estilo más formalista y “purista” del cual Ansel Adams y Edward Weston formaron parte, ha sin duda regresado, pero de una manera escondida o disfrazada debido a que muchos fotógrafos conceptuales contemporáneos se niegan a admitirlo. El pictorialismo fue inclusivista: permitía la manipulación tanto del negativo y de la impresión, como de la escena que se retrataba, para conseguir una estética particular. Estaba, en otras palabras, al servicio de la belleza, y su meta era que esta se reconociera y sobresaliera. Los puristas de más tarde pretendían que el producto fotográfico fuese aquel que la cámara produciese sin intervención futura de mayor esfuerzo salvo por los usuales retoques.

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¿Qué es lo que sucede en el presente? Irónicamente, fuera de la abstracción total, los fotógrafos contemporáneos también manipulan, intervienen y reacomodan la imagen virgen y la escena, pero nos dicen otra cosa: “no se fijen en el contenido, sino en lo que representa”. Debido a ello, desgraciadamente, a menudo lo que representa es de paupérrimo contenido estético. ¿Es posible desasociar una cosa de la otra en una manifestación que es de carácter eminentemente visual? ¿Qué hace el espectador ante una imagen fotográfica —la piensa primero y luego la ve, o al revés?

Psicológicamente, la respuesta emocional a la conmoción que causan las imágenes violentas, crípticas y repulsivas es tan fácil de lograr que terminamos acostumbrándonos a ellas. “Para poder conmocionar” —nos dice Ashley la Grange— “las fotografías tienen que ser cada vez más innovadoras y por lo tanto son cada vez más espeluznantes”. Por otro lado, la confusión es simplemente eso: confusión. La inabilidad de comprensión ante una obra de arte no es culpa del observador, sino del comunicador —en este caso, el artista y el fotógrafo. Lograr, sin embargo, una fuerte sensación emotiva por medio de la belleza es más difícil de lo que se cree, y muchas veces, debido a ello, no hace falta nada más que explicar. Quién haya visitado la Capilla Sixtina lo sabe muy bien y no dudo que el Papa Benedicto XVI haya escogido ese sitio para convocar a la mencionada reunión por esa misma razón: era una (santa) trampa para los artistas.    

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La estética y la interpretación intelectual, en sus varios niveles de entendimiento, deben estar ambas presentes en toda obra visual. Fomentar el mito de que la belleza es algo superficial o tratar de ignorarla es engañarse. Kuilman cita al filósofo inglés Roger Scruton: “Sin la consciente búsqueda de la belleza arriesgamos caer en un mundo de placeres adictivos y de rutinaria profanación; un mundo en el cual la falta de valor de la vida humana ya no es claramente perceptible”.

Entonces, como me dijo otro amigo, “la belleza no es un lujo; es una necesidad”. 

* Todas las imágenes fueron tomadas por el autor, Eduardo Bermúdez.

 

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