El día en que está pactado el encuentro con Vivian Bruckman amanece nublado. Hace más de un mes que venimos acordando una fecha para dedicarla a conversar sobre ella y su cortometraje, 15 años y un día, pero el clima no sabe de compromisos. Ambas hemos vivido fuera de la isla por considerables períodos de tiempo y sabemos apreciar un día soleado, tras haber sufrido los fríos oscuros de temperaturas inciertas. El clima, al parecer, tampoco conoce de expectativas.
Así, mientras camino hacia el café sanjuanero donde nos citamos, me doy por vencida, hoy no saldrá el sol. Una señora que regresa a casa de misa, presagia el chaparrón con un enorme paraguas en la mano. Los policías de la esquina echan bromas entre ellos e ignoran el tapón vehicular que escuece justo en sus narices. A lo lejos, diviso la figura de Bruckman, quien espera por mí como si esperara por cualquier otra persona. Evidentemente lo habitual se ha apoderado una vez más de la jornada. A fin de cuentas, a los ojos de cualquier viandante, representamos a la perfección el típico papel del par de amigas que se reúnen sobre el café para la conversa. Este es, en definitiva, un día como cualquier otro.
Sin embargo, es precisamente la cotidianidad lo que le vale de pretexto a Bruckman para hacer lo que le gusta: contar historias. En un día peregrinamente normal, como hoy, se topó con una nota periodística que le sirvió de pie forzado para ir armando el relato de 15 años y un día*, pieza que ha sido seleccionada para competir en el Concurso Iberoamericano La Mujer y El Cine en Buenos Aires, Argentina, durante septiembre de 2011. Fue precisamente en Argentina donde escribió el guión y lo envió al concurso de Cine Fiesta del MAPR, pero no figuró entre los elegidos. Varios años después, ya de vuelta en la isla, tiene la oportunidad de aprovechar para su cortometraje poco más de 40,000 pies de cinta fílmica sin usar, que dejó atrás una mega-producción cinematográfica.
“Regresé a Puerto Rico de Argentina en 2007”, comenta, “donde estudiaba Cinematografía ?en el Centro de Formación Profesional del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina? para trabajar y tener dinero para poder volver a Buenos Aires. Trabajaba entonces en la oficina de una casa de post-producción y me quedaba mucho tiempo para leer. Pues así es como me encuentro un artículo en el periódico, sobre este señor al que acusaban de cometer actos lascivos contra su hija y me pareció curioso los detalles del artículo. Éste señor vivía en condiciones muy específicas, aislado, en un campo, en una guagua escolar. Y a mí inmediatamente me pareció que todo esto sería bueno para un corto. Ahí empezó todo. En realidad el corto es ficción, pero ficción basada en hechos totalmente reales. Yo quise contar esto”, concluye.
15 años y un día supone una historia de diario, en un país en el que las cifras de abuso sexual infantil son alarmantes. Esta historia pudo haber sido un número más dentro de la ingente cantidad de casos de violencia de menores. Tuvo el potencial de hacer que los ciudadanos se escandalizaran momentáneamente, para pronto olvidar el asunto, absortos en la vida amorosa de la vedette de turno. Por el contrario, tras experimentar los casi 16 minutos de la propuesta de Bruckman y enfrentarse al tour de force de los ojos profundos de Teófilo Torres, protagonista del filme, el espectador se encuentra en la incómoda exigencia de pensar hasta el cansancio la inescapable presencia de lo cotidiano. Ciertamente, la mirada de Bruckman es lo que hace que esta historia se vuelva extraordinaria. “Básicamente jugué con las realidades y con los tiempos”, observa la joven directora. A Bruckman no le interesaba adentrarse en la realidad jurídica de su personaje, sino explorar “la versión de él y de su lucha mental”.
Jugar con el tiempo y las realidades implicó enfrascarse en un debate sobre cronologías. “Tuve muchos problemas cuando lo estaba editando”, explica al referirse al proceso de post-producción del cortometraje. “Cuando se lo enseñaba a los editores, me preguntaban sobre lo que pasaba antes y después, me pedían un orden lógico, pedían saber cuál era la verdad. Pero esto es precisamente lo que yo quería evitar. Yo quiero que la gente encuentre su propia verdad. Si yo hubiese contando esta historia de otra forma, estaría contando otra cosa”.
Desentrañar la inocencia o culpabilidad del personaje central, por otra parte, no es lo que ocupa en realidad a Bruckman en este texto. La verdad de la que ella habla es otra. Quería, más bien, sumergirse en un viaje por la pluralidad de la naturaleza humana. Pretendía asomarnos a la multiplicidad de discursividades que intersecan al sujeto socio-político y cómo nosotros, sus pares ciudadanos, nos encontramos siempre prestos a someterlo a juicio, sin reparar en nuestra propia condición de sujetos.
“Nosotros enjuiciamos a todos por todo, constantemente, sin que medie ningún tipo de análisis”, señala mientras una manada de changos rabiosos nos sobrevuelan en actitud amenazadora, “yo creo que nos hemos entrenado tanto en ese ejercicio, que ya hemos desarrollado la resistencia necesaria para hacerlo sin esfuerzo, sin darnos cuenta. Forma parte de nuestro diario vivir, forma parte, hasta cierto punto, de nuestra identidad imprecisa, ¿no?”
La identidad y el diario vivir conforman, en efecto, dos elementos imprescindibles por los que Bruckman aboga en el cine local. Cuando le hablo de producciones locales recientes en las que el lugar, los personajes, el lenguaje y la situación se han puesto en función de una suerte de neutralidad, con el pretexto de apelar a los gustos internacionales, Bruckman fija la mirada en un grupo familiar que viene celebrando el sencillo exabrupto de una pintoresca figura sanjuanera con la que se han cruzado en la calle. “Yo creo en el cine con identidad”, sentencia, cuando sale del trance. “También creo que en parte eso es lo que necesita el espectador. Mirarse, mirarse. Nosotros tenemos que contar historias de nosotros, punto”.
Para Bruckman está claro que es imperioso mirarse en el espejo, al menos en lo que afianzamos la industria cinematográfica local, la cual estima es inconsistente. “Para crear industria es necesario que seamos lo más honestos que sea posible con nosotros mismos”. Acaba de regresar del Festival de Cannes, donde presentó 15 años y un día, y asegura que el mercado está listo para recibirnos. Para que esto suceda, no obstante, tiene que consumarse la dupla identidad-cotidianidad. “La fórmula de Hollywood ya está saturada y de la experiencia en Cannes me quedó claro que el mundo tiene ansias del cine latinoamericano, del cine boricua. No se consigue reclamar ese interés si no le dejamos ver a la gente cómo somos”.
Aquí, en este momento, somos dos y hablando se nos va gran parte de la mañana. De vez en cuando el fluir de la calle nos distrae. El sol comienza a filtrarse entre las nubes espesas. Una abejita impertinente muestra tenaz interés por el pastel de guayaba que descansa sobre la mesa. El veterano retirado que se pasea por San Juan, acompañado de un Chucky repetido que se asoma por la ventanilla del carro rojo que conduce, sigue su marcha calle arriba, por la San Francisco. Es un día normal en el que la cotidianidad hace, como es usual, lo que le viene en gana. Igual y para Vivian Bruckman podría ser una escena casi, casi cinematográfica.
Vivian Bruckman Blondet San Juan, Puerto Rico, 1983. Estudia Comunicación Audiovisual y Lenguas Modernas en la Universidad de Puerto Rico. Participa de un Intercambio Estudiantil con la Universdidad Complutense de Madrid, donde reside por casi un año, concentrándose en fotografía y danza. En 2007 se muda a Buenos Aires, donde se especializa en el Centro de Formación Profesional del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina. Desde 2009, se ha mantenido activa en la industria de su país colaborando en películas nacionales e internacionales como: The Rum Diary, The Losers, Miente, The Fast & the Furious 5 y recientemente Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides. Hace su debut como directora con su cortometraje 15 Años y Un Día, el cual escribió y produjo a su vez.