A menudo observo que los puertorriqueños que están fuera de la Isla se pasan lamentándose por lo mal que está “la cosa” en la Isla. Lo afectados que se sienten cuando leen cómo nos va. Lo compungidos pero al mismo tiempo a salvo de que haya agua de por medio entre ellos y nosotros. Comentan desahogados al republicar una lamentable noticia de uno (o varios) de los medios viciados (en todas las acepciones posibles) que existen en el país. Dejan entrever que sus días en el terruño isleño son agua que pasa debajo del puente. Con todo eso se aferran a cualquier negatividad que se proyecta del país como si allá donde moran hoy día la realidad no fuera subjetiva, cuestionable, igual que acá.
Los hay quienes sienten alivio porque sus hijos no reciben directamente esta “triste realidad”. Me suena desdeñoso y cursi (ciertamente porque lo es) el slogan predilecto que casi siempre, y muy trilladamente, acompaña sus lamentos ¿Qué nos pasa Puerto Rico? Me permitiré añadir ¿por cuál de las heridas sangran los expatriados?
Objetivamente hablando –que es una frase hecha más que un posicionamiento– el país está echado a menos. Cierto. Pero no más que Boston, Málaga o Punta del Este, ni menos que países como México, donde se encuentran fosas con decenas de cadáveres o Colombia, donde la guerrilla reta la autoridad del Estado en vastas zonas del país. Puerto Rico no es el único espacio geopolítico que desmejora aceleradamente. O curiosamente será que el chauvinismo se acrecienta en las afueras: lejos de casa se sienten más des-madrados que cualquiera. A menudo me cuestiono en qué lugar-fantasía viven ellos. Cómo es que soy tan tonta y no me voy allá, a ese lugar de ensueño en el que viven y practican inigualable calidad de vida.
Para los que no se enteran: las múltiples realidades sociales son cada vez más complejas y mientras en suelo nacional no es de interés popular trabajar la tierra –para usar el manido ejemplo– tampoco es muy distinto el escenario en Buenos Aires o Vermont. Este último, otrora el paraíso del “farm-to-plate”, lleva una década luchando porque los llamados “factory farm” asedian a los granjeros y demás trabajadores de la tierra. El ganado está atiborrado de antibióticos, y el aire y las aguas están contaminados, según registró el Food & Water Watch la primavera pasada.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la economía agraria mundial enfrenta una crisis de ámbito y gravedad inmensos. “Lo que obliga a repensar la institucionalidad, tanto para el desarrollo agrícola como para el desarrollo rural (…) Se requiere contar con políticas de corto plazo dirigidas a hacer frente a la crisis actual”, dice el último informe con fecha de 2009.
Pues sí, es muy triste que la gente no desee respetar los suelos donde vive y que el maltrato a los niños vaya en una aborrecible alzada. Pero esto no es endémico de ningún sitio, sino que es más bien pandémico. La realidad portorricensis fastidia, pero rasguemos en qué es lo que verdaderamente está jodido. ¿Son los políticos chanchulleros, es la narcocultura con raíces en los políticos chanchulleros, será la falta de valores o el exceso de valores con doble vara o las bajas pasiones, todo esto según quién?
Pienso además que podría ser el fanatismo; la mentalidad fundamentalista en general, no sólo la vinculada a los religiosos. Cuando se tiene “mentalidad pentecostal”, arraigada e inadmisible a otros puntos de vista y encuentros de capacidades, poco se puede hacer. Sospecho que de militancia a “limitancia” hay algo más que un juego de palabras. Esos, los de mentalidad pentecostal, a veces gustan autoproclamarse alternativos, minoritarios o guillárselas de ir “under the loop”, pero por sus quejas y reclamos machacosos los conocerás.
Salgo en defensa del país que vivo porque pareciera que quienes ya no lo habitan viven en un rincón quimérico donde abundan figuras y políticas públicas sensatas, donde el faranduleo, la telebasura y las lamentables líneas editoriales fueron erradicadas totalmente de los medios. Que ahora pertenecen a un lugar prístino y próspero. Un lugar donde el cuco Monsanto es desconocido.
Las comunidades que acogen a quienes nos lamentan como sociedad lo hacen libre de prejuicios. Sí. Porque el prejuicio en ese lugar-panacea ya fue erradicado. En ese sitio donde se está mejor que acá, los responsables a nivel sociopolítico cuidan abnegadamente de ellos y de sus derechos. Merecemos recordar que en esos territorios los aprecian, ante todo porque son puertorriqueños. Porque contribuyen con esmero a esa nueva tierra donde moran. En todos los casos son puertorriqueños que se fueron de la Isla para servir solidariamente con el resto de los latinos, europeos, negros, blancos, indios, caucásicos y demás. Por eso hoy lamentan tanto que hayamos unos pocos que no estemos esparciendo la semilla colaborativa, como ellos y sus vecinos del county lo hacen a diario.
Lástima que estemos aquí tan jodidos.
No soy nacionalista a ultranza ni creo en que haya que defender la nación a capa y espada frente todos los señalamientos que se hacen en su contra. Para ser honesta estoy segura de que hacen falta mejores intenciones en general por parte de los que vivimos en la Isla. Que el afán por las posesiones materiales y el consumismo obnubilan cada vez más la determinación de mejorar en espíritu, tanto individual como en colectivo. Que los análisis en los medios y la variedad de posturas (hasta las inconvenientes para mi razón y gusto) debieran contar con su espacio y que dicho espacio estuviera libre de fanatismo más no de debates bien articulados.
Porque si de espacios alternos se trata, la inclusión ya tiene récord; y esto, como todo, también es relativo. Muestra contundente son las redes sociales y los grupos a los que nos sumamos en la virtualidad, de los que aceptamos la información como hecho irrefutable. Basta con que alguien republique que en los semáforos insulares asesinan o regalan dinero, según la tolerancia del “amigx de todxs” en cuestión (sí, porque todxs conocen a alguien que le ocurrió…) que le tocan la bocina mientras espera a que la luz cambie, para que se genere pavor. ¡Y vaya! Otra lamentable noticia que dispara el mantra ridículo de "Qué nos pasa Puerto Rico".
A ver, que se publiquen las estadísticas oficiales de los intolerantes caídos que tocaron la bocina y caput. ¿Cómo es que esx amigx que sobrevivió no ha sido entrevistadx? Hazte un favor, no peques de ingenux, las leyendas urbanas están repartidas por todas las urbes, igual que la mafia, la influenza y las buenas intenciones.
Mi punto no es que se escondan los deleznables asuntos del país. Caso contrario que se atiendan con más pensamiento crítico y menos morbo. Que se cuiden de no ser marionetas, papagayos, eslabones de una cadena de desinformación. Seleccione bien el medio al que consulta, cuestione quién escribe, si es usted de lxs que escribe, corrobore antes de publicar.
*Todas las ilustraciones pertenecen al artista español Luis Quintanilla (1893-1978), y fueron hechas para la edición de 1947 de Gulliver's Travels, publicada por Crown Publishers y con una introducción de Jacques Barzun.