Un apartamento lloroso se inunda, le salen cubos, profusos cubos cargados de lágrimas solidarias. El lugar sufre fiel con quien lo habita, porque allí donde hay desamor las energías convergen hasta devastar. En la partida, las prendas olvidadas del ser amado atormentan al punto de ahogar en pena a quien las observa.
En una ciudad atestada, una mujer autoritaria ha decidido que su ajuar permanente para enfrentar la calle, además de una ordinaria peluca rubia, consistirá en una capa de lluvia y gafas de sol, pues con certeza “nunca se sabe cuándo va a llover o cuándo va a salir el sol”, justifica cautelosa. Mejor prevenir, y de paso evadir, a cualquiera de las predicciones que se presente, o mejor a todas, menos aquellas provenientes del corazón.
Cuánto desafía la inquebrantable y ¿antinatural? fidelidad que los humanos requerimos a las parejas. ¿Pesa más seguir a los instintos o acallarlos?
El cine de Wong Kar-wai (WK-w) se funda en el conocimiento de quienes viven como experiencia inmediata la propia. Puro existencialismo. El autor honkonés crea personajes asertivos y pasionales que acuden en manifestación poética a las situaciones que los hacen gravitar. Son figuras que lucen extravagantes en el mar comercial del cine contemporáneo. Pero eso es sólo en apariencia, porque no hay nada más baladí que otra pena de amor, otro engaño, un desencuentro más…
Lo entreñable es que ninguna pena merece tanta atención como la nuestra y es precisamente esta mirada, la cotidianidad con la que el director presenta los diversos argumentos fílmicos, lo que genera curiosidad y devoción en el público. Un espectador sensible a las sinuosas transiciones cronológicas, a la estética impecable del vestuario, a esa imagen recurrente pero presentada cada vez de forma distinta, al roce habitual de un gesto cualquiera en la intimidad del hogar. El catálogo amplio que aproxima a las narrativas nostálgicas de este genial director es lo que lo convierte en figura de culto. Por ello, entre tantas otras consideraciones, los amores fallidos de sus filmes se sienten nuestros.
La magistralidad de Wong Kar-wai está contenida no sólo en los finales abiertos a la interpretación o en los sentimientos ambivalentes con los que hay que bregar porque la trama es abstracta, en ocasiones abrupta o simplemente elíptica. También es sublime porque en cada encuadre de sus cintas se enfatiza la concatenación del flujo de conciencia de quien narra. A veces, una escena de mínimos parlamentos es grandilocuente por la inserción de un simple filtro azul o porque los tiros cerrados le conceden vigor a lo yerto.
En sus creaciones el actor(triz) tiene que estar a la altura del personaje pues su estilo de rodaje no está ceñido a un guión sino al caudal de simbolismos y situaciones metafóricas que el mismo(a) debe resolver desde su instinto, lejos de las directrices del autor. Aunque no formalizó estudios de cine, Wong Kar-wai es un hijo conceptual del “cámera stylo”, donde las libertades de la expresión visual combinadas a la técnica, y a su inseparable director de fotografía, el australiano Christopher Doyle, lo encumbran como uno de los más venerados del séptimo arte contemporáneo.
Para favor de todos (y todas) los que aún no han tenido la ocasión de ver sus películas, tanto de como los que nos empeñamos gustosamente en repetirlas, el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico tiene un ciclo titulado “Maestros Contemporáneos: Wong Kar-wai". Desde principios de este mes y el próximo, cada domingo se presentan algunos de sus insignes filmes libre de costo. Ayer (domingo, 27 de noviembre), el turno fue de Chunking Express (Hong Kong, 1994) con la cual Wong Kar-wai logró una decena de premios en China y fue lanzado a la fama internacional.
La idea de los cinéfilos curadores del museo, Luis Negrón y Ricardo Vargas, es dar a conocer a uno de los directores más iconoclastas de la orbe, no obstante poco conocido en la Isla. “Pensamos que era importante exponer su trabajo para darle a conocer un poco más y de paso contribuir a desarrollar sensibilidades hacia otras formas de hacer cine. A pesar de ser un cine que plantea retos a las audiencias locales por ser un cine asiático, cuya distancia cultural quizás dificulte relacionarse con las propuestas, y por ser un cine de estructuras narrativas frecuentemente fragmentadas, con un desarrollo de la historia que no necesariamente descansa en los diálogos, pensamos que la riqueza visual y la universalidad de sus temas tenían el potencial de ser apreciados aquí. El resultado está por verse”, comenta Vargas.
* El próximo domingo, 4 de diciembre, se presentará The Hand y el 11 de diciembre le tocará a 2046. Para más información vaya aquí.