Tres mundos (2da parte)

* Esta es la segunda parte de Tres mundos, para acceder la primera parte del escrito, haga clic aquí.

Viví grandes movimientos como los que mi hermano hacía, solo que ahora los hacía su hermanito, el que él había movido de aquellas esquinas que no le convenían. Entendí cómo es que uno a veces se ciega cuando puede comprar hasta los buenos ratos. Me encontraba con gente de aquel famoso barrio donde nací y muchos no me reconocían. Otros de caras falsas me decían: “¡Wow, qué grande estás!”. Sabía que tan pronto me volteara, hablarían hasta del perro mío. Llegué a tener respeto como el de mi hermano o hasta un poco más, y facilidad, ni se diga. Aunque crecía y me hacía de un nombre, no era tan castigador; me enfocaba en lo más importante. Tenía mi propio norte. A veces sentía el vacío de la vida y que lo que hacía servía solo para comprar buenas cosas, para lograr tener lo que nunca tuve y obtener lo que quería sin importar el precio. 

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Siempre recordaba a mi hermano. Veía que todos querían pasarse conmigo, como si yo fuera un líder, sin saber que esas eran las palabras que más odiaba. Nunca me han gustado los reconocimientos. Cuando veo a los que no se llevaban con mi hermano, me dejo sentir como la brisa, a veces molesta y a veces alegre. Acostumbro a andar solo aunque tenga un socio. Me gusta hacer mis cosas yo, no con intermediarios. A mi corta edad me manejo en diferentes mundos, este siendo el más complejo y malinterpretado. 

El valor a las cosas y el valor a la vida cambian. Seguro que me importan los demás, después de que no se metan conmigo, ni con uno de los míos, no hay problema. Y sálvese el que me tire primero. Siempre digo que estoy preparado para cualquier cosa. Tengo mis sentidos activa'os, no importa el lugar. Nunca me siento de espalda a la puerta en ningún sitio. Me aseguro que de todos lados debo poder mirar quién entra y quién sale. Cuando voy en el carro tengo tres puntos claves que miro. Mis ojos ya están programados como si fueran de esas cámaras de seguridad que giran a cada cierto tiempo: de izquierda, al centro y después a la derecha. Así mismo se mueven mis ojos: de un retrovisor, al espejo, al otro retrovisor... registrando cada carro que me sigue. Con mi mirada detecto a todos los que salen de las curvas o de algún estacionamiento en el camino; y si me siguen por más de cuatro luces, ahí me toca arrancar y perderme.

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También he sido atleta, sin querer serlo. Este atletismo es el de correr por tu vida, como en el juego de rescate: si te tocan o te cogen te tienes que quedar en una celda hasta que te saquen. Por algunas partes de mi barrio la gente corre por placer o por ejercitarse, a mí me ha tocado correr por obligación. Algunas de mis carreras han sido tan largas que he tenido que saltar vallas en busca de refugio. Esas carreras no son las que se ven en el mundo del deporte, solo en el mundo en el que vivo.

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Llega el momento que este mundo cansa. Una de las cosas que se me ha hecho más difícil tolerar es el rechazo de mi familia, en especial el de mi otro hermano, Rey. A él nunca le gustó lo que hacía. Con mi ignorancia le decía que no valía la pena estudiar, que yo ganaba más con lo que hacía desde que me levantaba. Pero una vez al año maquinaban en mi mente unas palabras: “cada cual es dueño de su futuro”. Rey me estuvo escribiendo esta frase en mis postales de cumpleaños por cuatro años corridos. Eso era todo lo que me decía desde que yo tomé este camino.

No sé cuándo dejé de ser niño. Hacía tantas cosas a diario que me sentía que jugaba a ser grande. En donde ahora resido me quieren tanto por ser un joven que no molesta a nadie y por ser un gran cooperador a la hora de las actividades. A la larga todo se sabe. Cada vez que la gente de donde vivo me ve, me alaban sin saber lo que cargo en mis hombros. Cuando me preguntan qué hago, miento. Repito las mismas palabras en mi mente: “Dios mío, cuídalos… cuídame… y por favor, que no me vengan a buscar aquí”.

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Llegó el momento de tomar una nueva decisión, pensada y tomada el día que mi hermano Rey me dijo que sin un título a uno no lo valoran. Recordando las palabras que me repetía en las postales anuales sentí miedo de cómo iba a bregar en un nuevo mundo. Reflexioné por una semana en orientaciones de diferentes instituciones educativas. Ninguna me convencía, pero ya había visto con mis propios ojos cómo Rey había terminado su bachillerato. Estaba ejerciendo su profesión, y vivía tranquilo sin preocupaciones, sin las mismas tensiones que yo. Por primera vez me tocó contradecirme. El mundo que había construido no se puede comparar con la alegría que vi en mi hermano cuando le pregunté qué tenía que hacer para entrar en su universidad.

De ahí en adelante entré en otro mundo. Un mundo distinto, donde nadie estaba pendiente de quién tú eras y cómo te veías. Lo único que me molestaba era que allí hablaban de las personas que están en el bajo mundo como si tuvieran una vida fácil, como si fueran basura. Me di cuenta que algunos universitarios juzgan sin saber las razones por las cuales la gente se involucra en ese supuesto "bajo mundo". Me da rabia escucharlos. Ellos no saben lo que a veces uno tiene que hacer para sobrevivir. De tan solo mirarlos sé que muchos son mantenidos por sus padres y que no se pueden imaginar lo que es esquivar balas mientras cargas tu mochila de regreso a tu casa. Muchas veces los he escuchado y me he aguanta'o las ganas de ponerlos en su lugar. Prefiero que nadie sepa cuál es mi historia y de dónde vengo.

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Tengo que impedir que las dobles vidas se me mezclen; desde que se me endureció el corazón, tengo que evitar los malos ratos. Sé que si exploto, voy a sobarlos de mala manera o ponerlos a chupar gladiolas. No recuerdo cuándo fue que se me endureció tanto el corazón, creo que fue después de que mataron a mi hermano, mi querido Roble. Pa’ mí que fue eso combina'o con las experiencias en el barrio y las guerras entre soldados callejeros.

En la universidad soy otro, el maleante queda engaveta'o, aunque de vez en cuando me sale lo de calle porque así soy. No me importa que me lo critiquen, ese es mi flow. De diez amigos verdugos que tengo, solo dos saben que yo voy a la universidad. Ellos me dicen que me veo bien falso. Yo les digo que es mi medio tiempo. Son los únicos que saben que me mantengo en los dos mundos. En la uni, leo libros y hablo con profesores sobre los males sociales que afectan el país, sin que nadie sepa que de noche navego esas mismas calles y que me muevo dentro de esos espacios maleantosos. Menos gente sabe que después de que resuelvo lo que tenga que resolver en mi canto, regreso a la casa de mi mai donde me espera un plato de comida y una cama donde dormir. No soy un falso. Estudiar es una de las mejores decisiones que he tomado, tan buena como los negocios que sigo haciendo en las calles. Yo sé que la universidad me dejará recompensa en cinco años más. Lo otro me sigue premiando al momento, y así tiene que ser porque de eso sobrevivo. Mientras tanto, sigo haciendo mi camino entre tres mundos, sin saber cómo esto va a terminar.

Lista de imágenes:

1) Grafiti cerca de la calle Jordan, avenida Fernández Juncos, Santurce.
2) Narco eye, 2013-2014 tronzero.
3) Grafiti debajo del puente de la avenida Baldorioty de Castro, une calle R. H. Todd con avenida Condado, Santurce.
4) Grafiti en la calle Canals, en el puente debajo de la avenida Baldorioty de Castro.
5) Grafiti en calle Hipódromo, Santurce.
6) Canales, Edgardo Larregui.

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