Intelectuales, legislación e ideología: ¿50 años de muñocismo cultural? Entrevista a Martín Cruz Santos (parte 2)

Autor

La primera parte de esta entrevista se publicó la semana pasada en Cruce.

VD - ¿Cuál fue el rol del Instituto de Cultura Puertorriqueña y otras instituciones culturales en ese momento (previas o de reciente creación)?

MCS - Primero hay que comprender el contexto histórico de la época. En aquel momento, el estado muñocista buscaba garantizar el orden político estadolibrista porque ya habían surgido cuestionamientos, incluso de miembros del PPD.  De modo que las políticas culturales surgen para, además de robustecer cada vez más el ordenamiento cultural instaurado, balancear los resultados del desarrollo económico y político. Desarrollo político y cultura estaban imbricados, inevitablemente, con la búsqueda del progreso económico. Digamos que la política y la economía cabalgaban por el camino del desarrollismo (como se ha venido a llamar la década del cincuenta) basado en la modernización y la industrialización.

Ahora bien, se habían instituido dos operaciones, Manos a la Obra y Estado Libre Asociado, que ameritaban crear un balance del estado de cosas dadas las circunstancias sociales emergentes. Era imperativo ya que los desfases entre el desarrollo industrial, el mayor consumo de bienes, las aspiraciones políticas condicionadas por la relación con los Estados Unidos y el cultivo espiritual o cultural tenían que armonizarse. Así surgió Operación Serenidad con sus fundamentos filosóficos y valores culturales, establecidos mediante pautas de legislación.

No es que antes del estado muñocista no existiera un corpus legislativo cultural. Previamente, la legislación cultural evidenció un énfasis en la preservación histórico cultural del patrimonio edificado y de las tradiciones letradas. Por ejemplo, es distinguible la presencia de disposiciones que resaltaban la valoración de los edificios construidos con determinadas características de estilos arquitectónicos y lugares considerados históricos o artísticos, todos pertenecientes al legado colonial español. Hay legislación al respecto.

En cuanto al ICP, continuidad y ruptura son los ejes de su ejecutoria político cultural a partir de su fundación en el 1955. En general, las políticas culturales muñocistas pueden agruparse en cuatro renglones principales: patrimonio edificado, fomento de las actividades culturales, reglamentación central del quehacer cultural institucionalizado y promoción cultural mediante el sistema público de enseñanza escolar. En ese contexto, el ICP puede ser visto como la creación de un instrumento estatal vigilante de la autenticidad de la identidad nacional, lo cual propició desde su génesis una microfísica del poder, como la concebía Michael Foucault.

La creación del ICP implicó la articulación de un discurso para fortalecer la memoria histórica selectiva y el relato de la identidad nacional. La afirmación cultural de la nación conceptualizada por el estado muñocista —acompañada del discurso populista y de la simbología tradicional institucionalizados (con el ICP como pilar centralizador)— constituye un ejemplo de la dinámica de ruptura con continuidad y comienzo.

VD - ¿Siguen vigentes esas políticas culturales? Tal pareciera que todavía rigen, ideológicamente hablando, la producción y el análisis cultural de algunos sectores.

En el fondo, el problema está en el imaginario social pretendidamente esencialista de la cultura que fundamenta muchas de esas políticas. Hoy es imprescindible problematizar la institucionalidad cultural porque, de lo contrario, nos estancamos o vivimos en un pasado idílico bajo la vieja actitud acomodaticia que propone todo pasado como mejor que el presente.  Por tanto, en materia de políticas culturales, la revisión, el cambio y la puesta al día debe ser la constante, no la excepción. Se cae de la mata pues los procesos culturales son dinámicos.

MCS - Las políticas culturales evolucionan, como todo. Igualmente, las leyes son objetos de enmiendas. El tiempo ha pasado y muchas de aquellas leyes siguen vigentes porque fundamentan políticas culturales patrimoniales. Pero lo importante es la reflexión, el análisis y la disponibilidad para el cambio cuando sea necesario.

VD - Tendríamos que ver, analizar y discutir las plataformas culturales de los partidos políticos —sobre todo en año eleccionario— para ver si están planteando algo nuevo, si conocen, para empezar, lo que significa la cultura (en todos sus sentidos) y el quehacer cultural…

MCS - Ese debe ser el proceder sano. Si leemos esos programas cada cuatro años, nos encontraremos con refritos y con propuestas de grupos de interés que empujan sus definiciones de la cultura y de proyectos culturales. Y no está mal que los gestores culturales influyan en la creación de políticas culturales; por el contrario, eso es parte de sus responsabilidades sociales. El problema es que se ve desde una óptica miope político-partidista. Tan pronto dices cultura, en cualquiera de los tres partidos políticos principales vuelve la nación imaginada tradicional y adecuada a la fórmula de estatus que cada partido dice proponer. El quehacer cultural es creación continua, no la repetición de paradigmas congelados. 

Al respecto tiene gran significado un planteamiento del sociólogo Zigmunt Barman, quien plantea que “la cultura se refiere tanto a la invención como a la preservación, a la discontinuidad como a la continuidad, a la novedad como a la tradición, a la rutina como a la ruptura de modelos, al seguimiento de las normas como a su superación, a lo único como a lo corriente, al cambio como a la monotonía de la reproducción, a lo inesperado como a la predecible”.[1]

Es importante recordar que las identidades culturales no poseen rasgos únicos e inmutables y que, de ocurrir, se troncharía la continuidad dinámica de un colectivo humano puesto que entorpecería el movimiento, la disponibilidad para el cambio y el carácter evolutivo de las culturas. De hecho, el concepto cultura mismo es ambivalente y tiene sus limitaciones desde sus orígenes como concepto.

portada

VD - Vamos al rol de los intelectuales. En la época que comprende tu tesis, en las dos cámaras había intelectuales, procedentes de centros letrados, que lideraron la discusión cultural y, posteriormente, la redacción de la legislación.

MCS - Mira, he sido claro en mi investigación y he afirmado que durante el periodo que estudio no era novel la presencia de intelectuales y gestores culturales en la vida política institucional del país, en específico en la Legislatura. Tampoco en el resto de América Latina, puesto que desde antes de la independencia de los países latinoamericanos existían intelectuales asociados al quehacer público, ya como educadores, administradores o consagrados al servicio eclesiástico. ¿Por qué ese momento no se ha vuelto a repetir? ¿Qué pasaba antes del período muñocista? ¿Qué ha pasado después? ¿Por qué los intelectuales no corren para las cámaras legislativas? Más aún, deberíamos preguntarnos por qué a los intelectuales, orgánicos o no, no les interesa, en términos generales, ocupar el espacio público desde agencias del estado, sean las que sean…

En el caso de Puerto Rico, podemos encontrar letrados puertorriqueños en faenas políticas gubernamentales o legislativas durante el régimen estadounidense: Cayetano Coll y Toste, Francisco Mariano Quiñones y Manuel Zeno Gandía, todos miembros de la Cámara de Delegados de Puerto Rico entre los años 1900 y 1907. En años posteriores se repite el fenómeno con la presencia de Luis Muñoz Rivera, Cayetano Coll y Cuchí, José Coll y Cuchí, Luis Lloréns Torres y Rosendo Sotero Matienzo Cintrón. La institucionalidad política, particularmente la legislativa, estuvo acompañada por figuras del mundo letrado.

Como dato destacable, puedo decir que el Ateneo Puertorriqueño produjo, desde 1902 al 1942, siete presidentes que también fungieron como legisladores.

Ahora bien, después de haber sido los sectores anexionistas e independentistas, respectivamente, la contraparte del PPD durante años, el triunfo electoral del PNP en 1968 y el agostamiento del muñocismo trajeron consigo el retraimiento político de los intelectuales, lo cual es fácilmente constatable en la composición de la Legislatura.  Hoy hay abogados, o casi abogados algunos, que probablemente son buenos oradores y hasta sofistas, pero no intelectuales, mucho menos intelectuales orgánicos[2]. El hecho de que algún docente de la UPR u otra institución universitaria opte por la política partidista activa no lo convierte automáticamente en un intelectual orgánico. El asunto es más complejo.

Hay que analizar ese asunto a partir de la realidad de que con el languidecer del muñocismo llegó a su fin un proyecto hegemónico que no ha tenido parangón desde entonces. El triunfo posterior de uno u otro de los dos partidos principales (PPD o PNP) no ha significado la presencia de proyectos consecuentes que hayan podido superar las limitaciones políticas del pasado.

Para los artistas, escritores, docentes, en fin, los gestores culturales, han sido otros los espacios de construcción política, de quehacer cultural dinámico, aunque parezca que es la acogida del anonimato. El compromiso político de los intelectuales ha estado presente en mayor o menor grado. La decadencia de la institucionalidad política puertorriqueña ha alejado a muchos de ese ámbito. Hay un desprestigio de la política, lamentablemente. Como decía el intelectual argentino José Ingenieros, ha triunfado la mediocracia (el gobierno de los mediocres, por los mediocres, para los mediocres); es su primavera florida.  

MCS - Bueno, aquí es importante traer a colación un planteamiento de Louis Althusser para quien la discursividad es parte integrante de las estructuras ideológicas o aparatos ideológicos del estado que actúan como mecanismos para establecer y difundir una visión de mundo. Es decir, existe en la ideología una propuesta de identidad que debemos auscultar en su relación con la cultura y el poder. Las identidades constituyen afirmaciones del yo colectivo imaginado con el cual nos vinculamos por afinidad, en cuyos rasgos nos reconocemos y distinguimos de otros. Toda identidad ha de entenderse como un proceso constructivo, en constante cambio, por tanto no es estático, está condicionado y es contingente.  

VD - En tiempos en que se cuestionan las posturas identitarias nacionalistas, habría que preguntarse: ¿solo se construyen políticas culturales desde el nacionalismo? ¿Desde el populismo? ¿Desde qué otros parámetros pueden hacerse que respondan al carácter dinámico, eternamente cambiante, de la cultura?

Las construcciones ideológicas del estado y la nación se necesitan mutuamente. Estamos hablando de que una identificación cultural ciudadana con la nación y el estado es tamaña tarea. El discurso de la identidad, en tal sentido, tiende a crear una conciencia transformadora de pertenencia a un grupo. De ahí que echar mano de los símbolos nacionales, avivar el sentido de pertenencia a determinada nación y exaltar las pasiones de un pueblo son herramientas ideológicas eficaces políticamente hablando.  

Me atrajo la atención una interrogante investigativa: ¿cómo construir desde el estado político una identidad nacional y preservarla a la vez que nos mantenemos abiertos a la evolución de las culturas y la diversidad? Y es que ése fue el intento que llevó a cabo el estado muñocista: levantar un lugar para la identidad cultural como si ésta pudiese encerrarse dentro de las imágenes estrechas de una ideología política contingente. Aquello fue un proyecto sustentado en una identidad homogénea terminada de una vez y para siempre y sólo en función de las propuestas singulares y coyunturales del nacionalismo cultural.

VD – Partiendo de tu análisis y hallazgos en este trabajo, ¿qué piensas de la situación actual del país, de la situación de las cámaras legislativas, de la ausencia de un proyecto coherente de cultura por parte del estado? ¿Desde qué otros parámetros se pueden y deben construir las políticas culturales? Desde la apertura a la pluralidad, a la diversidad y al respeto mutuo. Desde la multiculturalidad, desde la “sociedad civil” (si es todavía aceptable ese término), desde la heterogeneidad social; en el caso puertorriqueño, entendiendo, como dice Jorge Duany, la nación en vaivén, es decir, las complejidades y la riqueza de ese carácter diaspórico que podríamos catalogar, con García Canclini, como hibridez cultural.

MCS - Creo que en esta pregunta te voy a deber una buena parte de la contestación. En las conclusiones de mi disertación he aseverado que, desde 1949 a 1968, los intentos de trazar la identidad colectiva, la ideología promovida y las políticas culturales promulgadas movieron la rueda de las operaciones de la gobernanza sin menoscabo de los desarrollos en otras áreas de la sociedad. Habría que hurgar en otras etapas. Yo no he llevado a cabo esa investigación, sino que la he propuesto.

portada

En la década del noventa, hubo intentos gubernamentales de proteger el idioma español como elemento definitorio de la identidad hispana del pueblo puertorriqueño, todo un dilema permeado por controversias cuya médula radica en una definición bipolar, es decir, o somos hijos culturales de la herencia española o de la hibridez más reciente, la estadounidense. Aquí los dos partidos que se han alternado en el poder levantan continuamente la bandera cultural en innumerables momentos como táctica política para legitimar de ese modo sus propuestas de estatus político.

Pero cabe preguntarnos, en materia de políticas culturales, ¿cuáles han sido los resultados de sus legislaciones y cómo comparan con las surgidas en décadas anteriores? ¿Cómo se relacionan con el imaginario del estado muñocista? ¿Constituyen sus lineamientos culturales intentos de esbozar imaginarios colectivos y  por qué?

No podemos tapar el cielo con la mano, pese a que algunos incautos lo intentan a cada rato. No es difícil problematizar la existencia o no de un corpus legislativo cultural sistemático, coherente y responsivo acorde con las ideologías de esos partidos. No existe hoy ni hay una productividad legislativa destacable al respecto. Por el contrario, los proyectos que salen a la luz pública, así como también las elucubraciones de algunos legisladores y miembros del Ejecutivo, nos dejan saber la pobreza cultural que sobrecoge al estado.

Como habíamos afirmado al inicio de esta entrevista, sin duda alguna, el muñocismo estampó su firma institucional más allá del tiempo que duró su poder gubernamental.  Ha habido, pues, una especie de continuismo, con sus altas y bajas, pero sin mayor profundización en los significados implícitos de la cultura y la institucionalidad cultural, así como tampoco en la construcción de las identidades, que no es sólo la preservación del pasado por el valor del pasado mismo. Pero de nuevo, desde la disciplina académica que estudio, hace falta aproximarnos historiográficamente a los procesos culturales recientes.

Martín Cruz Santos estudió un B.A. con concentración en Filosofía, una M.A. con especialidad en Teología y recientemente obtuvo un Doctorado en Filosofía y Letras, con especialidad en Historia de América, otorgado por la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano. Es Catedrático Auxiliar en la Universidad Metropolitana (UMET) del Sistema Universitario Ana G. Méndez, donde ha enseñado cursos de Filosofía, Historia y Humanidades; además, allí es Decano Asociado del Departamento de Humanidades desde 2004. Representa a esa institución en la Comisión Coordinadora de la Alianza Interuniversitaria para una Ética de la Convivencia, ya que la ética es uno de los temas de investigación que más le apasionan, al igual que la institucionalidad cultural.

Su disertación doctoral, que lleva por título Ideología, identidad e intelectuales orgánicos en la legislación cultural del estado muñocista (1949-1968), es un aporte importante a la historiografía puertorriqueña por su análisis de la historia cultural de un trasfondo político e ideológico y porque se enfoca en la particularidad del fuero que proveyó el soporte jurídico a las políticas culturales promulgadas durante la época estudiada. Con su investigación, ha demostrado la posibilidad de problematizar las interioridades políticas de la institucionalidad culturaly su relación con las ideologías predominantes en un momento dado. 

Notas:

[1] La cultura como praxis, Barcelona: Editorial Paidós, 2002, p. 23.

[2] Nota del entrevistado: El intelectual orgánico es el artífice ideológico del discurso colectivo del partido, por tanto, posee una función de importancia organizativa de la sociedad en el sentido directivo e intelectivo de ese quehacer. Para Antonio Gramsci, quien acuñó el término, la actividad intelectual en el partido político debe tender hacia la producción de agendas transformadoras de la clase social.

Y es que el intelectual orgánico —a diferencia del tradicional, que actúa en solitario, analiza, describe y crea estéticamente, probablemente con hondura humanística o científica, mas no transforma, estructuralmente hablando—  contribuye en mayor grado que otros ciudadanos, mediante el quehacer político, a suscitar nuevos modos de pensar la realidad social. Ese intelectual tiene como función orgánica homogeneizar la conciencia de clase y la cohesión ideológica ya que promueve una visión de conjunto de la sociedad.

Ahora bien, es importante aclarar que Gramsci no concibió una forma pura de intelectual orgánico o tradicional. Recordemos que el suyo es un discurso dialéctico marxista no ortodoxo. Es categórico al reiterar la necesidad de superar los intereses individuales para ayudar a potenciar la conciencia de la identidad grupal. El intelectual orgánico debe acoger la responsabilidad de sintetizar y sistematizar las articulaciones ideológicas promovidas por el partido. 

Lista de imágenes:

1. Detalle del cartel conmemorativo del 30er Aniversario de DIVEDCO por Eduardo Vera Cortés, 1979.
2. “El Reto”, Isabel Bernal, 1959.
3.  “Los Peloteros”, Lorenzo Homar, 1961.
4. "Huracán”, Eduardo Vera Cortés, 1965.
5. “Programa de Navidad 1977 de la DIVEDCO”, José Meléndez Contreras, 1977.
6. “30 Aniversario de DIVEDCO”, Eduardo Vera Cortés, 1979.
7. “La Botija”, Isabel Bernal, 1976.
8. “Belén”, Eduardo Vera Cotés, 1976.
9. “Galería Divedco celebrando 30er aniversario Expo-pinturas”, Eduardo Vera Cortés, 1979.
10. “El mito D’Beatriz”, Eduardo Vera Cortés, 1987.

Categoría