El hilo de Aracne

La historia de la tela pertenece a nuestro pasado remoto. Actualmente se debate, basándose en el análisis de chinches prehistóricos, si no fueron los homo erectus que cosieron las primeras pieles, o quizá los neandertales el primer tejido. Lo cierto es que en la profundidad de las cuevas magdalenienses se han descubierto agujas de hueso y todos los aperos para confeccionar vestimentas hechas de fibra vegetal.

La Venus de Lespugue ostenta un faldellín que evidencia finas hebras torcidas en sogas atadas a un cordel a la cintura, creando una grácil cola. Elizabeth Wayland Barber, arqueóloga experta en la historia del tejido, afirma que hay pruebas contundentes para ubicar los primeros textiles hace 107,000 años, fecha tentativa, ya que, al ser la tela material biodegradable, la evidencia de la antiguedad de los textiles es extremadamente precaria. La tela antecede los metales y la cerámica como producto cultural.

Si pensamos que el cerebro del humano moderno tiene aproximadamente 100,000 años, entonces podemos inferir que hemos coevolucionado con la tela. Y no es que el temor a la desnudez nos haya hecho cubrir "nuestras partes", como en el mito de Eva, quien púdicamente se cubre el sexo luego de comer la manzana; más bien se piensa que los primeros tejidos fueron sudarios y que la tela estaba imbuída de poderes sagrados, elemento esencial en complejos rituales mortuorios (recordemos que lo que Penélope hacía y deshacía era el sudario para su suegro Laertes).

En la historia de la tela hay un hilo luminoso que entreteje dos ejes: el divino y el humano. De un lado están los múltiples mitos que enlazan a diosas con la protección y manufactura de prodigiosos tejidos, desde el denso manto que invisibiliza hasta la alfombra ingrávida que transporta. Del otro están las mujeres, responsables desde el comienzo de nuestra especie de nutrir y abrigar los cuerpos amados de sus familiares.

Del costado de las diosas están múltiples mitos que atestiguan ancestrales tramas: Uttu de Mesopotamia, arañezca diosa que pare tanto fibras como árboles, en especial ese maravilloso árbol, el que yace en el centro del universo, responsable de la urdimbre humana. En los templos babilónicos, donde se practicaba el "hieros gamos", la cópula sagrada, y donde residía la más alta escuela de tejedoras-prostitutas-sacerdotisas —la palabra para tejer era la misma que para copular.

La ancestral Nut de Egipto, guerrera, sabia y fértil —sinónima con la palabra "ser"— lo cual implica que tejer y existir son la misma cosa—, fue también honrada como la más antigua de todos los dioses. En Grecia, Atenea fue guerrera, sabia y patrona de tejedoras; a sus pies yacían, en ofrenda, las más primorosas telas que anunciaban el paso de una aprendiz a una experta. No hay que olvidar a Aracne, metamorfoseada en araña por haber osado decir que de sus telas eran superiores a las de Atenea.

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Hijas de Nix (la Noche) y Erebo (el Abismo), Las Parcas o Hilanderas, también llamadas Moiras, dueñas del destino, eran responsables del devenir humano: Cloto crea el hilo en la rueca, lo que da lugar al comienzo de nuestra vida; Láquesis mide la hebra, lo que decide el término de nuestra estancia en la tierra; Atropo la corta, lo que provoca la muerte. Es la Ariadne de Creta quien le brinda el hilo salvador a Teseo para que penetre el laberinto y mate al Minotauro, evocando así los azarosos viajes al interior de nuestra psiquis, una verdadera madeja oscura e impenetrable; ese hilo augura el retorno a un espacio hospitalario.

Los aztecas honran a Xochiquétzal (o pájaro florido) como la protectora del amor libre, la alegría y las artes, ya sea  la orfebrería, la pintura o el tejido. Ella nace del pelo de la diosa madre, lo que anuncia ya su destino como tejedora. Para los mayas, Ix Chel era la patrona de las tejedoras, así como también de la Luna, la fertilidad, la medicina y el enhebrado de las palabras, protegiendo así tanto la vida como el lenguaje. No es casualidad la relación que queda consignada en nuestra lengua entre tela y palabra: trama, urdimbre, tejido, hilo, hebra, red, orla, doblez, tejemaneje, oropel, estambre, entrelazar, entrecruzar, remeter, plegar, calar, textura, visos, fibra, trazo, lazo, hilván, torcido, puntada y punto son algunas palabras que usamos metafóricamente pero que tienen su origen denotativo en el universo del tejido.

Se puede entender porqué las labores manuales de la rueca y el telar están circunscritas al ámbito femenino. En la antigüedad, las sociedades dividían sus funciones de acuerdo al sexo; esto no implicaba jerarquías necesariamente, más bien se entendían como espacios equivalentes pero diferenciados. A los hombres les correspondía todo lo que demandaba fuerza corporal, protección, peligro y lejanía; a las mujeres todo lo que requería labores repetitivas, pausadas, colaborativas, domésticas. Se puede cosechar, lavar, cocinar y coser con chiquillos interrumpiendo y demandando atención. Todas las que hemos criado niños lo sabemos por experiencia propia. Una sencillamente regresa a la tarea en cuestión sin pérdida del trabajo hecho. (No tanto así con la labor de la escritura, para la cual se requiere la woolfiana "habitación propia".)

El trabajo de la aguja o el telar siempre fue colectivo, dando lugar a la elaboración de nudos, tramas y urdimbres que significaban historias y sentires. A menudo se desarrollaban relatos transmitidos de generación en generación y codificados en la elaboración de los detalles decorativos, temas recurrentes, amarres artificiosos y complejos. Las mujeres a menudo hablaban en clave cuando los hombres husmeaban a su alrededor, evidenciando así, como lo propone Wittgenstein, que habían desarrollado un juego del lenguaje, un "language-game" femenino, en contrapunto al lenguaje de la colectividad. Así las mujeres compartían confidencias, secretos, consejos, bendiciones y maldiciones. (Una no quiere caer en la lengua de las tejedoras.)

Como todo trabajo artesanal, las telas, los bordados, los diseños, los colores formaban parte de un lenguaje personalísimo y a la vez tradicional. Toda mujer desarrollaba un detalle distintivo a modo de firma que permitía identificar a la costurera. De la misma forma, en algunos países que mantienen vivos los conocimientos ancestrales, bordados y puntos, entramajes y nudos que se remontan al neolítico.

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Realmente el telar, el huso, la rueca, la aguja, la tijera, la madeja, el hilo fueron todos implementos que delimitaban, para las mujeres, el espacio del poder. No es sino hasta muy recientemente que se comienza a comprender y a desentrañar los códigos culturales entretejidos en los textiles. Y quienes están trabajando en esa decodificación son mujeres.

A través de los siglos la tela fue tan preciada que se usó como divisa, como moneda. Los templarios y otros cruzados trajeron a Europa hermosos mantos con bordes de hilo de oro, los cuales cubrían las cabezas de las estatuas de la Virgen en los altares renacentistas. Uno que otro pintor las consignó al lienzo con tanto detalle, que lo que aparentemente es decorativo se revela como escritura árabe. Allí se descifra: "Allahu Akbar" —Alá es grande y Mahoma su profeta— ¡buena venganza la musulmana por el expolio de sus tesoros!

Las pinturas desde el renacimiento hasta el siglo XIX evidencian el valor que se le daba a la tela. Una característica de un hogar opulento era la confección de cortinaje, desde el más sencillo hasta las amplias cortinas que vemos en los cuadros de Jan van Eyck, Caravaggio, Ticiano, Velázquez, Rembrandt, Vermeer. La atención a la factura elevan la representación pigmentada del tejido a un arte: el terciopelo, el satén, la organza, el encaje, el brocado, el damasco, la seda son, junto a la piel humana, evidencia de la maestría plástica de los grandes pintores; es la celebración máxima de la sensualidad, una seductora invitación a "tocar" con los ojos.

En el maravilloso libro de la artista alemana Anita Albus "The Art of Arts", ella advierte que hay que esperar a nuestra época materialista para que, irónicamente, la materia se devalúe. Estamos intervenidos por la reproductibilidad de la máquina y el consecuente deterioro del tejido que nos arropa: algo preciado deviene ahora en desechable.

El universo sagrado del textil, dominio femenino desde el comienzo de nuestra especie, sufrió una estocada de muerte con el advenimiento de la máquina. No olvidemos (pienso que no es casualidad) que la primera máquina industrial que se inventa lo será la "Cotton Jenny", revolucionario telar que luego se perfeccionó y convirtió en anacrónica la tarea de producir la ropa a mano. La fábrica, ese mundo masculino del poder sobre el tiempo, el espacio y el cuerpo, echará de lado ese otro tiempo circular, pausado y colaborativo de los telares.

Y no es que esté en contra de la producción fabril. Cierto es que personas que antes no podían costear su vestido (la mayor parte de la gente vestía ropa heredada por generaciones) ahora se ponían ropa acabadita de estrenar; la tela se fue convirtiendo cada vez más en algo asequible hasta para el bolsillo mas llano. Pero también es cierto que con el surgimiento del mundo de la máquina, el otro, el del matriarcado que compartía su vida, sus aspiraciones, secretos y temores al ritmo del hilo y de la aguja, murió.

*La segunda columna de esta serie salió el 22 de octubre del 2012.

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