Del pájaro la otra ala (parte 2)

* Esta es la segunda parte de Del pajaro la otra ala. Para acceder la primera parte del artículo, donde Ramón Daubón compara las condiciones sociohistóricas de Cuba y Puerto Rico en el siglo XIX, haga clic aquí.

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Claro, en febrero de 1898 todo cambió con el hundimiento del USS Maine mientras al ancla en el puerto de la Habana.[1] De inmediato inversionistas de EEUU y sus asociados revolvieron la opinión pública y consiguieron una declaración de guerra contra España. Siempre fue evidente, sin embargo, que el gobierno español era el menos probable de todos los posibles culpables del atentado. Éste tenía todo qué perder de una intervención norteamericana contra su exhausta fuerza y con funestas implicaciones hacia otras partes de su imperio, como efectivamente ocurrió en Filipinas.

Mientras, los rebeldes cubanos llevaban ganada la contienda y no tenían nada que ganar de una intromisión norteamericana —rechazada además por el Partido Revolucionario Cubano en el exilio— que los echaría a un lado como efectivamente ocurrió. La propia marina de EEUU, propuesta por algunos analistas, es también un sospechoso improbable. Aparte de la inconcebible posibilidad de volar su propio barco, si el gobierno de EEUU hubiera premeditado intervenir en la guerra no necesitaba una excusa. Eso deja sólo a los inversionistas y hacendados extranjeros y sus asociados cubanos como los únicos actores que tenían todo que ganar por una intervención norteamericana.

Si pretendieron hacer tanto daño es otra cosa. El Maine era uno de cuatro barcos recién comisionados y con una conocida falla de diseño que colocaba el polvorín cerca de la caldera. Dos de sus hermanas ya habían tenido casi-incidentes por esta falla.  Al ancla en la Habana pero bajo un clima de tensión, el Maine había mantenido su caldera encendida anticipando la posibilidad de una partida rápida. Testigos del evento reportaron dos explosiones: una más pequeña, detonada posiblemente desde tierra, seguida por otra devastadora que partió al navío en dos cuando estalló su polvorín.  Es posible que los terroristas intentaran sólo llamar la atención y no hundir el barco.  Como quiera, el resto es historia.

Fue, como se ha dicho, “una pequeña y espléndida guerra”.  La flotas españolas del Pacífico y del Atlántico fueron hundidas en las bahías de Manila y de Santiago de Cuba y España ofreció rendirse tras de la única batalla significativa en tierra en la colina de San Juan al sur de la isla.  Fue demasiado pronto, sin embargo, pues Puerto Rico no había sido tomado aún. El embajador suizo en Washington, actuando como intermediario en representación de España, fue demorado mientras a toda prisa se armaba la expedición para tomarlo. La resistencia allí se redujo a varias escaramuzas con las desmoralizadas tropas españolas mientras la población recibía a los invasores como libertadores. Una vez perdido Puerto Rico, España lo rindió todo.

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Contrario a Cuba, el interés económico español en Puerto Rico era relativamente reciente. Concentrada por siglos más que nada en las formidables defensas del puerto en San Juan, había dejado al resto de la isla valerse básicamente sola. Fuera de San Juan, particularmente en el sur, una economía autónoma comenzó a despuntar comerciando legal e ilegalmente con el resto del Caribe y, crecientemente, con EEUU. Y según se hacía visible la inversión norteamericana en azúcar a fines del siglo XIX la conexión económica se hacía más evidente. La invasión desembarcó por eso por el sur, cerca de la capital económica en Ponce, donde fue recibida con la banda municipal y las llaves de la ciudad. El segmento asimilista del espectro político, similar al de Cuba, recibió así un empujón enorme.

Sin embargo el centro continuó dominante. El extremo nacionalista había perdido la guerra en Cuba y poco de él quedaba en Puerto Rico. El centro político entonces cubría la gama desde los casi-asimilistas hasta los casi-nacionalistas, todos de buenas con los norteamericanos. Más tarde, frustrados por promesas incumplidas de autogobierno y a pesar del otorgamiento unilateral de ciudadanía nortemericana en los albores de la Primera Guerra Mundial, el extremo nacionalista recobró vida en los años 20s y 30s y fue violentamente reprimido. Con hitos en los 1950s, incluyendo atentados en Puerto Rico y en Washington DC, sigue siendo una facción vocal pero reducida hasta hoy.

Después de 1898 el interés norteamericano siguió enfocado sólo en la base naval y en el azúcar. Las antiguas conexiones con Europa para exportaciones de café y tabaco fueron trizadas y nunca repuestas. Fueron años desastrosos para Borinquen, inundada por inversiones azucareras que coparon el territorio y la economía. Antiguos campesinos desplazados del café y el tabaco migraron a las plantaciones azucareras ahora como asalariados. Muchos emigraron a Cuba oriental, a República Dominicana y hasta Hawaii. Tal como en Cuba medio siglo antes, una clase de agentes, asociados y empleados criollos de las empresas azucareras fortalecieron el meollo del segmento asimilista. 

La segunda guerra mundial y la necesidad de proteger las rutas de acceso al canal de Panamá profundizaron el compromiso militar norteamericano con Puerto Rico. Una segunda y mayor base naval fue creada al este de la isla para dar acomodo a los nuevos buques más grandes. La “guerra fría” que siguió llevó a una base aérea al oeste y a numerosas otras instalaciones de abastecimiento y entrenamiento. Para 1950 el diez por ciento de la tierra cultivable de Puerto Rico estaba dedicada a instalaciones militares. El fervor anticomunista prevaleciente en Norteamerica en los 50 fue amplificado en la mentalidad dependiente de Puerto Rico. La victoria de la revolución cubana en 1959 intensificó la paranoia. 

Mientras tanto, la industria azucarera, nunca recuperada de la gran depresión de los 1930s, cayó en rápido declive tras de la Segunda Guerra, llevando a la economía más a la crisis. Medidas implementadas durante el “New Deal” norteamericano en los 1930s habían provisto algún alivio vía apoyos gubernamentales y en los 1940s el gobierno isleño las empaquetó en un programa coherente de buena gobernanza y promoción industrial con notables resultados a través de los 1950s. Como complemento, el gobierno de Puerto Rico aprovechó el abaratamiento del transporte aéreo y estableció una política de exportar excedente de mano de obra.  Eventualmente un tercio de la población emigraría al norte.

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El segmento cuasi-nacionalista, que había sido el mayor votado hasta los comicios de 1944 con una plataforma de eventual independencia “blanda”, se movió hacia el centro político en 1948 ostensiblemente como medida temporera de reconstrucción durante la cual el status final de la isla no estaría en cuestión. El gobierno de EEUU vio esto como una oportunidad de apaciguar a Puerto Rico dentro del frenesí de la guerra fría y en 1950 ofreció legitimizar el status quo autorizando la redacción de una constitución para un “Estado Libre Asociado”. 

Mas el presunto status temporero construyó todo un andamiaje electoral y la “asociación” se tornó permanente. Con beneplácito congresional nortemericano, se añadieron beneficios (como subsidios a personas o la repatriación de ganancias corporativas exentas de impuestos federales) que extendieron la vida útil del arreglo por varias décadas más. Ya para fines de los 1970, sin embargo, el modelo había corrido su curso y sus opositores del campo asimilista ganaron ascendencia.  Consideraciones más inmediatistas tendieron a prevalecer, sin embargo, y desde entonces los asimilistas y los asociacionistas han alternado períodos en la administración. Mientras, la polarización continúa.

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En Borinquen entonces, como en Cuba, los matices faccionales dibujados a fines del siglo XIX continúan dominando la vida política. Las líneas divisorias se ubican distintas, pero las facciones son las mismas. Mientras que EEUU fue una presencia en Cuba mucho antes, la situación emparejó en Borinquen en el siglo XX. Ahora ambas islas definen su política en buen grado con referencia a EEUU. En la Cuba polarizada post-1898 EEUU entregó el país al campo asimilista (tras de rechazar la completa asimilación de Cuba por considerarla ingobernable) pero bajo un protectorado que mantuvo las riendas del poder, la base naval de Guantánamo y la disposición a intervenir según fuera necesario para mantener el orden —derecho que ejerció en varias ocasiones. 

Mientras, el campo nacionalista, privado de una victoria por la intervención norteamericana, continuó haciéndose oir por las décadas siguientes hasta que en 1959 arrebató el poder a los asimilistas y los envió al exilio. Los segmentos del medio, desde cuasi-asimilistas hasta cuasi-nacionalistas, se vieron forzados a optar entre el exilio y el acomodo, con la difícil situación económica complicando aún más la opción. La pugna faccional continúa hasta hoy, con los asimilistas operando desde EEUU, los nacionalistas a cargo de Cuba, y todos los demás en el medio tratando de figurar qué hacer.

En Puerto Rico, EEUU mantuvo el gobierno en sus propias manos por medio siglo, hasta que se agotaron los fuegos nacionalistas y los reclamos cuasi-nacionalistas. Después de 1944, cuando el líder nacionalista “suave” Luis Muñoz Marín empezó a disminuir su afán independentista, EEUU aceptó tener un gobierno electo en la isla, anunciándose el Estado Libre Asociado en 1948 y proclamándose en 1952. Hoy, el extremo asimilista maneja el gobierno con apoyo de anexionistas “blandos” criollizados. Al otro extremo el muy reducido ribete nacionalista opera en Puerto Rico y en la diáspora en EEUU, mientras que los nacionalistas “blandos” mantienen una presencia electoral y política mayormente simbólica. Mientras, el centro se divide como ameba en una facción “soberanista” cuasi-nacionalista y otra tradicional cuasi-asimilista.

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Qué sucederá sigue indefinido. Puerto Rico y Cuba seguirán ubicados sobre las rutas navales a un canal en Panamá en vías de ampliación y ante la urgencia geopolítica para EEUU de una China que empieza a ocupar espacios comerciales y estratégicos sobre el Atlántico. El libre acceso a estos puntos de embudo al canal ya no necesariamente requieren su ocupación, al haber hecho obsoleta la tecnología naval la necesidad de bases. Además, la posibilidad de que países pequeños regulen exitosamente su inversión extranjera en términos mutuamente beneficiosos es una realidad y no requiere la pesada mano imperial del pasado. De hecho, el pensamiento actual minusvalúa la importancia de la inversión extranjera directa y la subedita a la capacidad de gobernanza de los países. 

Es ahora concebible que Puerto Rico y Cuba, viniendo cada cual por su camino, pudieran llegar a un nuevo y más respetuoso acomodo respecto a su historia y su geografía con su vecino del norte... y de paso la una con la otra. Juntas quizás las hermanas pudieran al fin dar sus alas al corazón que comparten.

Notas:

[1] Véase Ivan Musicant, Empire by Default (Henry Holt & Co., 1998) para una descripción detallada del contexto y eventos en torno a 1898.

Lista de imágenes:

1. Botes de rescate auxilian a los marinos que sobrevivieron al hundimiento del USS Maine anclado en la Habana, Cuba, luego de que una explosión destruyera el barco en 1898, hecho que sirvió de agente catalítico para la Guerra Hispano-Cubano-Americana. AP/WIDE WORLD PHOTOS.
2. Attachés militares de Suecia, Austria, Japón y Gran Bretaña en Cuba, 1898.
3. Tropas españolas en Puerto Rico, 1898.
4. Tropas estadounidenses izan su bandera el 18 de octubre de 1898, en Puerto Rico.
5. Hacendados azucareros supervisan la tala de caña durante el periodo de zafra.
6. La policía arresta a un estudiante en una protesta. Puerto Rico, 1958.
7. Wendell Hoffman, Fidel Castro y sus hombres levantan sus armas en un gesto de solidaridad. El fotógrafo, Hoffman, y el periodista Robert Taner siguieron las guerrillas a través de la Sierra Maestra. Cuba, 1959.
8. Holding His End Up, Una caricatura de un periódico de Filadelfia celebra que el Tío Sam cargue a  Cuba, Puerto Rico, Hawaii, Filipinas y Ladrones (Guam), 1898.