La migración laboral en el Caribe antillano: causas y azares (parte 3)

* Esta es la tercera parte de una serie de artículos que Martín Cruz Santos dedica a la migración en la era de la globalización. Las primeras dos entregas,  La migración en la era de la globalización (parte 1) y  Migración, globalización e integración económica regional (parte 2), fueron publicadas el 6 y el 20 de febrero, respectivamente. Para acceder cualquiera de las dos partes, pinche en los títulos de los artículos.

Jacob Lawrence

Sabemos que el Caribe antillano ha sido un destino geográfico natural para los emigrantes de países tales como Cuba, la República Dominicana, Haití y Puerto Rico, especialmente, para quienes partían del lar nativo en búsqueda de mejores condiciones socioeconómicas a las vividas en sus lugares de procedencia. Parte de la historiografía consultada testimonia movimientos migratorios desde los siglos anteriores al XIX.[1] Hoy como ayer es constatable que la migración caribeña no es homogénea, cabe reiterarlo, pero posee elementos en común.

El Caribe presenta diversidad de movimientos migratorios. Coincidimos con Néstor García Canclini en la triple clasificación que utiliza: “la migración de instalación definitiva o de poblamiento, la migración temporal por razones laborales y la migración de instalación variable, intermedia entre las dos precedentes”.[2] A partir de esas variantes desgajamos otras que expresan la particularidad del Caribe insular. Por razón de búsqueda de trabajo es la primera y más básica, una razón económica que ha acompañado a los emigrantes desde tiempos inmemoriales. La pobreza y las aspiraciones de superarla mueven la voluntad y el imaginario de las personas a aventurarse en tierras extrañas y “probar suerte”, según el dicho popular. Pero, existen también los refugiados políticos, quienes huyen de la represión y la violencia en sus pueblos y emigran con el temor a cuestas. Son las causas más severas de la migración.

Javier Cardona. (Foto por Miguel Villafañe)

Asimismo, se emigra por acompañamiento a seres queridos, por razones de estudios o por afán de aventura. En esos casos la obligatoriedad es relativa, no así en las causas primeras. En todas las circunstancias se combinan la temporalidad con la permanencia, el retorno con su aspiración inconclusa, la legalidad con la indocumentación y la identidad con la hibridez cultural y la transculturación. Los motivos recientes en el Caribe insular, particularmente, en las Antillas Mayores, refieren a la inestabilidad política y económica con sus peculiaridades en cada país. Encontramos que los destinos escogidos u obligados reflejan los rostros económicos de la emigración, ya que:

“en los países de recepción, los migrantes se encuentran particularmente concentrados en las llamadas “ciudades globales”, puntos de convergencia del poder económico y político, de la administración de la riqueza y del conocimiento, donde la inmigración produce una sensibilidad especial y, por último, los lugares de origen de los migrantes se han multiplicado en forma significativa”.[3]

Enfocamos aquí los países caribeños insulares próximos a Puerto Rico (República Dominicana, Haití, Jamaica y Cuba), aunque también podemos considerar, en menor grado, a las Antillas Menores. Los pueblos anglófonos de esa zona (Trinidad, Tobago, Guyana y, también, Jamaica) tienen acuerdos con Canadá para la contratación de trabajadores.[4] Poco a poco, se crean comunidades de emigrados legales cuya vinculación familiar y cultural con sus patrias se mantiene con el paso del tiempo. En uno y otro lugares del Caribe, la emigración exporta trabajadores con las características siguientes: “una elevada participación de la emigración femenina, la concentración de los flujos migratorios en las edades laboralmente más productivas de los inmigrantes y emigrantes y el mayor nivel de escolaridad que ostentan los emigrantes respecto de sus compatriotas que no emigran”.[5]

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Todos son factores neurálgicos, porque guardan estrecha relación con el desarrollo económico y cultural de los países de origen.

La emigración de profesionales altamente capacitados o fuga de cerebros, como es llamada comúnmente, implica la pérdida de recursos humanos muy valiosos, lo cual ocurre desde antes que la globalización apareciera en el horizonte caribeño. Sin embargo, la movilidad está aumentando ahora a un ritmo mayor en la medida que crecen los enlaces transnacionales entre las empresas que ofrecen mejores oportunidades de empleos. Datos del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE) son elocuentes. A partir de 1970 ha aumentado marcadamente la cifra de lo que se cataloga como profesionales y técnicos afines: en 1990 el total para América Latina era de 300,000; en 2000 llegó a casi un millón.[6]

Si existe una correlación entre la fuga de cerebros y las oportunidades profesionales en los países destinatarios, igualmente la hay entre la emigración y las subutilización profesional en los países de origen. Médicos cubanos que fungen como taxistas, ingenieros haitianos como trabajadores de la construcción, maestros dominicanos que devengan salarios inferiores a los de un trabajador de mantenimiento en un país desarrollado, etc. Contrasta la capacitación profesional, y la inversión económica para lograrla, con el dato empírico que demuestra una “fuerza de trabajo calificada que continúa siendo inferior al 20% del total en la mayoría de los países, a pesar de la intensa generación reciente de PTA”.[7]

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Enfoquemos la reflexión en dos tipos de migrantes: los profesionales de la salud altamente calificados y la presencia femenina en ocupaciones diversas.

Una sociedad equilibrada y productiva ha de brindar atención especializada a la salud, tanto preventiva como curativa, lo cual requiere la formación de profesionales en el campo de la salud. La pérdida de enfermeras y enfermeros, médicos, terapistas respiratorios y otros repercute en la calidad de los servicios ofrecidos a la población. Al igual que en otras profesiones, los especialistas en salud emigran por razones de remuneración laboral inadecuada, beneficios marginales inexistentes, condiciones de trabajo desfavorables y la falta de reconocimiento de la importancia de sus profesiones, entre otras. En contraste, en los países de mayor demanda, especialmente en los Estados Unidos, encuentran:

“mejores salarios y abundantes beneficios, gestión moderna de los recursos humanos, ambiente de trabajo más profesional y posibilidades de residencia permanente en el país de destino, a lo que se agrega el apoyo financiero que ofrecen los empleadores para el registro profesional y los procedimientos de inmigración, las redes de apoyo de familiares o amigos, las oportunidades de desarrollo profesional, el mayor reconocimiento y la mejoría de la calidad de vida”.[8]

El desfase o desequilibrio económico juega un papel influyente en la emigración calificada. Apela la información a la necesidad de mejorar las condiciones laborales y promover incentivos profesionales capaces de retener la mayor cantidad y calidad posible de recursos humanos. Claro, no se debe aspirar a frenar la migración calificada, me parece imposible, además de contraproducente, porque se generaría un detente a las posibilidades de mejoramiento humano y profesional de los emigrantes y sus familiares, así como también afectaría el renglón económico de las remesas convertibles en divisas. Sin embargo, un análisis ponderado y la búsqueda de soluciones a mediano y largo plazo son recomendables.

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En cuanto a la mujer en la migración, dada la trascendencia del tema merece un estudio aparte, ofrezco sólo unos datos. América Latina y el Caribe se distinguen por el creciente número de mujeres que emigran, de las cuales un 27% se dedica a tareas del hogar organizadas laboralmente desde una perspectiva de género.[9] Si bien la migración femenina no es todavía mayoritaria a nivel mundial, sí lo es en América Latina y el Caribe.[10] Como en las migraciones masculinas, las causas son variadas. Predominan, no obstante, la necesidad económica y el terrible componente de la trata de mujeres para tareas domésticas o de índole sexual en Europa. Es una emigración eminentemente laboral centrada en: servicio doméstico, trabajo en instituciones públicas, industrias textiles, lugares de estudio y otras.[11] Probablemente, su trabajo y los beneficios económicos en los lugares de inmigración son el sustento de las familias que dejan en los pueblos originarios.[12]

En este y otros aspectos hay efectos vinculantes en las relaciones entre los migrantes y sus comunidades que son provocados por la globalización. Asimismo, ésta es causa de las crecientes olas de movilización laboral actual que orbitan los mercados mundiales en búsqueda, como siempre, de mejores condiciones de vida. La transnacionalidad es el paradigma emergente donde los migrantes laborales, tantas veces carentes de voces en la toma de decisiones políticas y económicas que los afectan, cuentan con modalidades alternativas que pueden mitigar las consecuencias de ir a morar a culturas diferentes mientras alteran la lejanía al edificar redes comunitarias con las patrias distantes. 

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Finalmente, la emigración laboral caribeña no es consecuencia directa de la globalización, pero sí está influida por ese fenómeno abarcador cuyas manifestaciones apenas comenzamos a entender. A nivel mundial, si los estrategas del crecimiento económico apuestan por una mayor apertura e integración de los mercados nacionales en un proyecto global único –fenómeno sobre el cual existen serias diferencias conceptuales y políticas–, quienes lo promueven deben considerar primero cambios en las políticas migratorias nacionales. De lo contrario, se continuará globalizando los prejuicios y estableciendo fronteras de exclusión.

Notas:

[1] Carmelo Rosario Natal, “Puerto Rico y la República Dominicana: emigraciones durante el periodo revolucionario (1791-1850)”, Revista de América (mayo de 1995), 107-114;Carmelo Rosario Natal, Éxodo puertorriqueño: las emigraciones puertorriqueñas al Caribe y Hawái [1900-1915] (San Juan: edición personal, 1983).

[2] Néstor García Canclini, La globalización imaginada (Buenos Aires: Editorial Paidós, SAIFC, 1999), 78.

[3] Adela Pellegrino, La migración internacional en América Latina y el Caribe: tendencias y perfiles de los migrantes (New York: United Nations, Economic Commission for Latin America and the Caribbean, 2003), 7.

[4] Ibid., 13.

[5] Andrés Solimano, Migraciones internacionales en América Latina y el Caribe: oportunidades, desafíos y dilemas, Instituto Tecnológico Autónomo de México: Foreign Affairs en Español, [consultado: 20/02/2012].

[6] Organización de las Naciones Unidas,  Comisión Económica para América Latina, Migración internacional, derechos humanos y desarrollo en América Latina y el Caribe: síntesis y conclusiones, 37.

[7] Ibid., 39.

[8] Ibid., 40.

[9] Ibid., 41.

[10] Jorge Martínez Pizarro, El mapa migratorio de América Latina y el Caribe, las mujeres y el géneroProyecto Regional de Población CELADE, UNFPA (Fondo de Población de las Naciones Unidas), [consultado: 20/02/2012], 19.

[11] Ibíd., 46.

[12] Véase al respecto mi ensayo: “La migración, las remesas y el desarrollo económico en el Caribe”, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, Enciclopedia de Puerto Rico.

Lista de imágenes:

1. Jacob Lawrence, "Panel 40, Migration Series", 1945.
2. Javier Cardona, "You Don't Look Like" (Foto por Miguel Villafañe).
3. Michael Vincent Manalo, "The Playground Called Life".
4. Vasili Slonov, "Brain con muletas. Estado intelectual proyecto Skolkovo".
5. Trabajadoras domésticas del Caribe en Canadá, 1959 (Foto cortesía de Donald Moore, Toronto).
6. Pancarta de Migrants Global Action.